domingo, 27 de febrero de 2011

LAS LIBRERÍAS: ELOGIO Y CONDENA

La primera imagen que trae a la memoria una librería es aquel lugar de la avenida Jiménez con carrera octava, en pleno centro de Bogotá, en donde funcionaba la librería Buchholz, un edifico de siete pisos atiborrado de libros, que se veían desde la calle y que yo siendo muy niño, de la mano de mi padre observaba atónito, de pié mirando hacia arriba, al lado de un kiosko que tenía la forma de un molino de viento y en donde comprábamos las revistas Billiken y El Gráfico, de Argentina. Hubo un tiempo en el que visitar las excelentes librerías de Bogotá se convirtió en un exquisito placer, no importaba si podíamos o no comprar libros, sencillamente estar rodeado de ellos, poder hojearlos, disfrutar de su olor, apreciar sus carátulas y hablar con los libreros era un deleite, un homenaje al conocimiento y un ameno pasatiempo. Eran las épocas de la Librería Central, de la Lerner, Nueva Época, la Librería nacional con su cafetería, la Oveja Negra, la Gran Colombia, la Caja de Herramientas, tan solo para citar algunas pocas del centro de la ciudad. Recorrer sus laberintos, y con el tiempo entender el orden en que estaban colocados los libros en las estanterías, me permitieron vivir encantadores momentos, aventurarme a descubrir nuevas lecturas o adentrarme en la complejidad de ensayistas, pensadores, novelistas y poetas. Encontré un ameno grupo de cómplices libreros, de diletantes y aficionados, con quienes compartí diálogos de lacerante humor al calor de unas buenas copas, cálidos debates, noches de trastienda, de humo, de bohemia. Aún frecuento algunos de estos amigos, que me ha regalado también el gusto por los libros. En mis viajes una forma de conocer las ciudades es visitar sus librerías y pasar algunas horas sumergido en ellas, este ha sido un referente para entender el nivel cultural de sus gentes, hay ciudades donde no existe siquiera una librería decente, aunque algunas que ostenten el pomposo nombre de “Librería y papelería”, y en donde al lado de unos pocos ejemplares de libros que tienen porque los exigen como lecturas obligatorias en los colegios, hay una amplia gama de títulos de superación personal y algunos de que hablan de exsecuestrados, exreinas, prepagos, narcos; esos negocios son algo así como misceláneas donde los libros en realidad son un renglón más en el catálogo de ventas. Ahora el panorama es diferente, los libros los venden en los supermercados de cadena, en las grandes superficies, de ser símbolos de saber han pasado a mirarse como mercancías, y por lo tanto a ser tratados de la misma manera. La usanza es venderlos envueltos en plástico, sellados, como si tuviéramos que comprarlos a ojo cerrado, casi como si nos los hubieran formulado. Y las librerías van por el mismo camino, ahora resulta que si se hojean los libros, se ensucian, se dañan, hace unos días le solicité a una vendedora si por favor me destapaba (o sea, si se podiía sacar del empaque plástico) un libro y me dijo: - pero si lo va a comprar!!!- . Si este es un país de pocos lectores, las librerías con esta manía corren el riesgo de desterrarlos, ojalá que no cunda esta antipática postura. Los libros merecen un tratamiento más digno, no se les puede manipular como si fueran comida chatarra. Qué dirían de este atropello Borges, Miller , Durrell o Cortázar? Señores vendedores de libros, será posible que reflexionen y encuentren mejores opciones para evitar el deterioro de sus libros a costa del “deterioro y extinción” de sus lectores? Pueden enviar sus comentarios a megaspar@hotmail.com

sábado, 19 de febrero de 2011

AY GASPAR, MI FELINO ENTRAÑABLE, CÓMO TE ECHARÉ DE MENOS!!!!

Llegó a mi casa convertido en un tierno manojo de pelos blancos con bigotes y cola. Vino para quedarse de por vida, trajo la prudencia de su caminar silencioso, los cojines de sus patas y se instaló a los pies de mi cama cuando más lo necesitaba. Me limpió de las malas energías, me insinuó que era posible seguir soñando y entendí que durante el resto de los días habría alguien esperándome.
No sé si él se parecía a mí, o terminé pareciéndome a él, no sé muy bien cómo era esa alteridad; durante el trecho que acompañó mi vida disfrutó y asumió las complejas y divertidas situaciones en que involucré. Las peripecias para afrontar bajonazos económicos, del sentimiento, cambios de rutinas sin previo aviso y mis largas “desapariciones”, por asuntos del trabajo, le hicieron resistente, templado, sin resentimientos, sin un ápice de agresividad, aunque con el temperamento suficiente para expresar su disgusto e incorformidad. Se ganó el afecto de todos los seres que me quieren o me han querido (inclusive), de mis amigos, de los vecinos de los lugares donde vivimos, ya fuera en Popayán o en Bogotá; A todos ellos gracias por haberle soportado a veces sus malcrianzas, y gracias también por el cariño y los mimos que le prodigaron.
Poco a poco fui aprendiendo a hablar en gato, a entenderle sus ronroneos, sus guiños y maullidos, a disfrutar inmensamente de su compañía. Me enseñó la complicidad del juego, compartimos el gusto por la placidez y la comodidad, también el disfrute de la libertad y de la noche, le admiré su destreza para cazar colibríes, para pasar entre muchos objetos sin tropezarse y sin derribarlos, para estar ahí, a mi lado, sintiéndome acompañado sin sentirme acosado. Me regaló los 14 años de su vida. Durante ellos disfruté de su lealdad, del privilegio de haberme escogido para acompañarme, de todas sus señales de afecto, de sus travesuras diarias, de la suavidad de su piel, de su sentido del humor, de su nobleza y de su amistoso carácter.
Desde luego extrañaré su calidez, o cuando me despertaba abriéndome los ojos en la mañana para que le pusiera su comida, también verlo abriendo puertas o sentándose preciso encima del teclado del compu o de la lectura de turno…sus abrazos y sus besos y la alegría de su saludo con la cola en alto. Ay Gaspar, mi felino chiquito, mi van de la turquería, cómo te echaré de menos!!!!
Permanecerán las marcas en su territorio; en la pata de la mesa donde se afilaba las uñas, la jarra azul con agua en la mesa del comedor, en los rincones que orinaba para delimitar espacios, sus pelos blancos en la ropa, en los cojines, en la alfombra, sus juguetes, y ante todo esos rasguños que deja en el lugar que tiene en mis afectos. Gaspar partió hoy hacia el cielo de los gatos, hacia la constelación de Leo, y yo no estuve ahí para darle el abrazo del adiós.
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miércoles, 16 de febrero de 2011

ESE CIELO DE ANACONDA DEL VAUPÉS

“Vaupés, tierra brava de la selva y el raudal” deslumbra con las noches estrelladas que recorre con parsimonia la anaconda ancestral, con sus selvas y sus cachiveras, con el sonido del manguaré que retumba en el Pirá, con sus malocas y sus gentes que siembran en las chagras y bailan el carrizo, que beben chicha de pupuña y comen Guaracú moquiao, quiñapira, casabe y fariña. Es el paraíso de los pobladores ancestrales de la amazonia colombiana, allí conviven 27 grupos indígenas que hablan más de 14 idiomas; cómo será la torre de babel, que a principios del siglo XX los misioneros monfortianos intentaron imponer una especie de esperanto llamado Yeral, para hacer posible la evangelización de Curripacos, Desanos, Tukanos, Carapanas, Cubeos, Tatuyos, Tarianos, Tuyucas, Sirianos, Makús…. El Vaupés deslumbra con las playas de sus ríos, con sus cachiveras y sus petroglifos, con sus dibujos en las grandes montañas de piedra que son su corazón, con el sonido mágico de sus cacatúas, del agua que estalla en sus rocas, con la algarabía de los micos, con la exuberancia de un paisaje que es el reino de los grandes gatos, de tortugas y culebras, de mil y un variedades de pájaros, de libélulas, de tijeretas, que inspiran leyendas, que configuran mitos, que evocan huellas ancestrales, que dan vuelo a los poderes del Payé.

Es todo eso, un canto exuberante a la naturaleza, una cerbatana apuntando a la vía láctea, una corona de plumas de guacamaya al viento, un yapurutú que vibra, un grupo de mujeres rayando yuca y poniéndola a tostar en los balay, otro grupo de hombres sentados mambeando y organizando un Yuruparí.

Son unos niños que juegan fútbol en Acaricuara mientras llega la avioneta de Mitú, es Taraira, Carurú y Monfort, son los “paisanos” que llegan a Mitú a vivir en los barrios y a poner a estudiar a sus hijos en los colegios de la diócesis, son los colonos, los aventureros buscadores de oro y los funcionarios públicos. Son sus líderes que viajan a Villavicencio y Bogotá, son las jóvenes mujeres “paisanas” que miran con deseo a los policías y quieren apartarse de sus comunidades. Son los artesanos que hacen canastos turí, que tallan mirapiranga o dibujan en yanchamas, es también su monseñor y los predicadores.

Vaupés nos invita a viajar en potrillo con los pescadores por el río Papurí , a recorrer el esplendor de sus raudales, a asistir a un encuentro entre culturas, escuchar a sabedores y a desesperarnos espantando millones de mosquitos. Es un lugar parecido al paraíso terrenal, pero con mosquitos; es el placer indescriptible de visitar a una comunidad que te saluda, te sonríe, te mira con curiosidad, te recibe amigablemente y no logras comprendes cómo viven con tan poco, y sin embargo son tan ricos!!! Tienen su territorio, un orden social, tradición e identidad. Los únicos que les hemos alterado abruptamente sus formas de vida y su cohesión somos los foráneos de pensamiento occidental, que no hemos logrado desentrañar, reconocer ni respetar las profundas convicciones cosmocéntricas de estos pueblos admirables.

Esto se me ocurre cuando reviso el equipaje de mis viajes por nuestra geografía; si alguna región me ha deslumbrado son estas tierras, de ellas aprendí que hay que mantener viva la capacidad de asombro, aprendí que aún falta mucho para establecer diálogos interculturales sin que ninguno de los contertulios tenga que bajar la mirada, aprendí a sobrellevar una tempestad selvática y a entender otros criterios del orden, de la cohesión y del afecto... aprendí la magia del silencio y lo profundo de la soledad. Siempre querré volver, así la aculturación sea aplastante, así en vez de las marcas de la danta haya que evitar el encontrón con las huellas de las botas y de los camuflados. A lo mejor los ñambos estarán en cosecha, y todavía venderán lapa pilada, a lo mejor en las noches podremos ir a mirar el reflejo de los luceros en las aguas del Vaupés cerca a Urania. Bastará acercarnos a la manigua y sentirnos observados, bastará entender que también es un lugar propicio para encuentro con uno mismo, con sus temores, con su existencia, para realizar rituales en la intimidad. Volveré a beber Yagé de la mano del payé, desde las alturas divisaré tu piel bajo la luna y te tendré cerca, cerquita, dulcísima, como si el tiempo no tuviera prisa y el silencio quisiera que no le hagamos ruido, bastará una mirada tuya para asomarme al Nirvana.

Vaupés es una palabra que casi no escuchamos pronunciar, no sale en los noticieros y pueden pasar muchos días sin que aparezca en los diarios, no es noticia de farándula ni sus dirigentes inciden en la política del país. Esto puede parecer una ventaja, el hecho de que no atraiga la mirada de los codiciosos hace que permanezca aislada en la esquina suroriental de nuestro país. Me atraen estas tierras por ignoradas, por lo exóticas y desconocidas, Es mi certeza y mi capricho. Ahí está preparado el chundul que hace que lo que tenga que ver con ellas me seduzca; hay un destino pendiente en mi corazón, el embrujo de la brújula señalará el camino.

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domingo, 13 de febrero de 2011

AQUELLOS QUE SE FUERON PERO ESTÁN...

En estos tiempos de conflicto y de reacomodamiento del país y sus regiones se ha vuelto usual que un grupo cada vez más grande de personas con vocación de nómadas recorramos territorios asumiendo retos personales y compromisos humanos, a la vez que nos inscribimos en un mercado laboral que nos exige alejarnos de los lugares donde están nuestros afectos y nuestras familias. Un día estamos en Arauca, otro día puede ser en el Chocó o en el sur de Bolívar, vamos a lugares que el común de la gente no identifica como parte de nuestra geografía, como son la Serranía de San Lucas, el río Apaporis, Puerto Caicedo, Tutunendo o Coconuco…., por citar tan solo unos pocos. Nos inscribimos en una amplia gama de actividades que van desde la protección del Medio Ambiente, el Desarrollo sostenible, la asistencia humanitaria, los proyectos con comunidades, la investigación cultural y no sé qué más cosas; algunas iniciativas de estas responden a programas del Estado, otras a organismos de cooperación, a las organizaciones sociales y comunitarias, al mundillo de las Ong’s, a las universidades, a entidades internacionales, en fín. Pero esa tribu de nómadas es inestable, algunos llegan por una breve temporada, otros asisten a actividades puntuales, algunos se asoman por unos pocos días y terminan con más raíces que un boabab, otros llegan despistados, no alcanzan a aterrizar y ni siquiera a lograr comprender en dónde diablos fue que estuvieron. Aparecen también sabelotodos que se creen poseedores de la razón y el conocimiento. Llegan los recién graduados, también los curtidos de muchas otras regiones, los extranjeros “que vienen a ayudar al tercer mundo”, los antropólogos, los sociólogos, los politólogos, los violentólogos, los geógrafos, los ambientalistas, los indigenistas, los gestores culturales, los sicólogos, los literatos y los periodistas, los voluntarios, los asesores y los tecnólogos. Así hay teatros donde vamos coincidiendo, hay lugares que se privilegian para encaminar acciones e implementar proyectos, unas veces puede ser Mitú, otras Turbo o Apartadó, Quibdó, Barranca o Florencia…. Y ahí estamos; provenientes de muchos otros lugares del mapa, llegamos solos y buscamos encontrarnos con otros semejantes que se encuentren en situaciones parecidas y ellos uno a uno van apareciendo. Empezamos por compartir el tiempo libre, las mutuas soledades, las esperanzas y las expectativas; algunas veces estrechamos vínculos con las personas nativas de los lugares a donde llegamos, depende del trabajo y de las condiciones en que estemos. Cuando creemos que tenemos un grupo para sobrellevar y hacer más amena la cotidianidad resulta que llegan remezones, unos cuantos se baten en retirada por motivos personales, algunos obedecen a las directrices de sus instituciones, otros dan por terminado su trabajo y se van… quedamos con una cantidad de amigos a quienes seguramente no volveremos a ver sino en el Facebook, al principio se les extraña, pero como me decía Miguelito, un bacán y líder de por aquí, en la última despedida: “A mí ya no me extraña ni me pongo triste, he visto pasar a tanta gente por estas tierras, lo único que sé es que todos se van y yo sigo aquí”. No sé porqué pero esta vez sentí un poco de nostalgia por los buenos amigos con quienes he compartido muchas experiencias de trabajo, también unas buenas dosis de tertulia, de complicidades y jarana, de quienes he aprendido y a quienes recuerdo con profundo afecto. De alguna manera cuando compartimos, nos acercamos mutuamente porque éramos indefensos y vivíamos con nada, disfrutábamos el momento y estirábamos el tiempo, no es cierto don Raúl y don Mauricio, Fernandito, Ricardo, Miguelito, Gabrielín, Matt, Jose, Camilo, Cristian, don Samuel, amigos que están en la otra orilla, pero que dejaron huellas y tatuajes en el alma. Porqué hablo solo de los hombres? Es que nunca hubo mujeres en estos grupos? Naturalmente que sí, las colegas, las bonitas, las “irresistibles”, las disociadoras, las incondicionales, las parceras, las tiernas, las curiosas y las andariegas. Siempre me encantará saber que se encuentran buenecitas y las admiro por su valentía para salir a realizar sus sueños y afrontar la vida en condiciones hostiles, por su desprendimiento y su capacidad de adapatación. Cómo me gustaría volver a reencontrarles; seguramente bajo nuevas condiciones tendrán otra piel y otra mirada y tal vez nos veamos distantes y formales, simplemente es el gusto de saber que en el camino andado hemos hecho buenas migas y tenido excelentes acompañantes en los intrincados trechos de este viaje. Sus comentarios los pueden enviar a megaspar@hotmail.com