Es todo eso, un canto exuberante a la naturaleza, una cerbatana apuntando a la vía láctea, una corona de plumas de guacamaya al viento, un yapurutú que vibra, un grupo de mujeres rayando yuca y poniéndola a tostar en los balay, otro grupo de hombres sentados mambeando y organizando un Yuruparí.
Son unos niños que juegan fútbol en Acaricuara mientras llega la avioneta de Mitú, es Taraira, Carurú y Monfort, son los “paisanos” que llegan a Mitú a vivir en los barrios y a poner a estudiar a sus hijos en los colegios de la diócesis, son los colonos, los aventureros buscadores de oro y los funcionarios públicos. Son sus líderes que viajan a Villavicencio y Bogotá, son las jóvenes mujeres “paisanas” que miran con deseo a los policías y quieren apartarse de sus comunidades. Son los artesanos que hacen canastos turí, que tallan mirapiranga o dibujan en yanchamas, es también su monseñor y los predicadores.

Vaupés nos invita a viajar en potrillo con los pescadores por el río Papurí , a recorrer el esplendor de sus raudales, a asistir a un encuentro entre culturas, escuchar a sabedores y a desesperarnos espantando millones de mosquitos. Es un lugar parecido al paraíso terrenal, pero con mosquitos; es el placer indescriptible de visitar a una comunidad que te saluda, te sonríe, te mira con curiosidad, te recibe amigablemente y no logras comprendes cómo viven con tan poco, y sin embargo son tan ricos!!! Tienen su territorio, un orden social, tradición e identidad. Los únicos que les hemos alterado abruptamente sus formas de vida y su cohesión somos los foráneos de pensamiento occidental, que no hemos logrado desentrañar, reconocer ni respetar las profundas convicciones cosmocéntricas de estos pueblos admirables.
Esto se me ocurre cuando reviso el equipaje de mis viajes por nuestra geografía; si alguna región me ha deslumbrado son estas tierras, de ellas aprendí que hay que mantener viva la capacidad de asombro, aprendí que aún falta mucho para establecer diálogos interculturales sin que ninguno de los contertulios tenga que bajar la mirada, aprendí a sobrellevar una tempestad selvática y a entender otros criterios del orden, de la cohesión y del afecto... aprendí la magia del silencio y lo profundo de la soledad. Siempre querré volver, así la aculturación sea aplastante, así en vez de las marcas de la danta haya que evitar el encontrón con las huellas de las botas y de los camuflados. A lo mejor los ñambos estarán en cosecha, y todavía venderán lapa pilada, a lo mejor en las noches podremos ir a mirar el reflejo de los luceros en las aguas del Vaupés cerca a Urania. Bastará acercarnos a la manigua y sentirnos observados, bastará entender que también es un lugar propicio para encuentro con uno mismo, con sus temores, con su existencia, para realizar rituales en la intimidad. Volveré a beber Yagé de la mano del payé, desde las alturas divisaré tu piel bajo la luna y te tendré cerca, cerquita, dulcísima, como si el tiempo no tuviera prisa y el silencio quisiera que no le hagamos ruido, bastará una mirada tuya para asomarme al Nirvana.
Vaupés es una palabra que casi no escuchamos pronunciar, no sale en los noticieros y pueden pasar muchos días sin

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