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miércoles, 27 de mayo de 2009

MI AMIGO BENJAMIN VENDE LIMONES EN UNA CARRETA

Cada vez que le encuentro me recibe sonriendo, su vivaz mirada tiene la inquietud de lo que pueda deparar el siguiente instante. Habla como si las palabras se pelearan por salir de su boca, y sí, generalmente atropellan en desorden y a uno le toca recomponer y descifrar sus frases, porque vive incorporando cuanto término de diccionario le agrada por su sonoridad Hace algunos años vivía en Cantón de San Pablo, allí tenia su tambo y cultivaba plátanos, borojó, piñas y chontaduros, a veces recogía aguacate o marañones y todo eso lo metía en su canoa a la que cariñosamente había bautizado “El Corcel del Atrato”, y navegaba hasta Quibdo, a vender los productos de su tierra. Casi siempre en el puerto se encontraba con algunos amigos para jugar cartas, bromear, tomar cerveza y contar historias. A su regreso llevaba mercado de grano, jabon, ropa para sus hijos, repuestos para el motor fuera de borda, gasolina, cigarrillos, cortes de tela y abalorios que regalaba a las morenas que cortejaba en el caserío. Allá era un negro pudiente, mantenía una familia numerosa. Aun convive con una mujer grande, fuerte, experta en preparar arroz con longaniza, sopa de queso y arroz empedrado con costilla de cerdo guisada. Ella canta arrullos y cantos de velorio, cuando toma aguardiente canta vallenatos y baila chirimía, sabe de rezos, sabe de contras, sabe atraer el amor y prevenir la malda!! Allá Benjamín atraía a otras mujeres, las encantaba con su dentadura perfecta, su generosidad, sus promesas, su baile y su arrechera. A veces lograba que le funcionara una pequeña planta eléctrica y organizaban fiestas que podían durar tres y cuatro días, no faltaba la discusión, la pelotera, los amagues de pelea y hasta el brillo de los machetes, pero generalmente las cosas no pasaban a mayores y vivían en paz. La comida no faltaba, tampoco la diversión y el techo estaba seguro. Cuando estaba limpia su parcela sacaba tiempo e iba a “mazamorrear” que es buscar oro en las arenas del rio, y cuando andaba con suerte sacaba hasta dos castellanos, que vendía en sus viajes a Quibdó. Si bien es cierto que no tenían un puesto de salud, las mujeres mayores del caserío, sabían de plantas y poderes curativos, de rezos y tratamientos para las cosas malignas; algunas veces los niños asistían a la escuela, cuando llegaban los profesores, si no tenían clase siempre había que hacer, el juego de fútbol, la cacería de la guagua, las rondas y los cantos. Ahí estaban las parteras para atender a las mamas jóvenes; ah tierra fértil para parir y levantar muchachitos en tierras difíciles, con enfermedades tropicales. Mas que desnutrición la causa principal de las enfermedades son las condiciones de aseo y de acceso a servicios públicos lo que ocasiona las epidemias. Son hábitos culturales ancestrales. Así vivía Benjamín. Pero como la selva es lugar donde las bestias mas fuertes imponen su ley, un día entraron unos hombres al caserío y lista en mano fueron llamando a sus habitantes; se llevaron 15 jóvenes y no se volvió a saber de ellos, a quienes trataron de hacer resistencia los ajusticiaron a la vista de todos y les dieron 24 horas para que desocuparan la región. En medio del llanto de mujeres y de niños, montaron lo que les cupo en “El Corcel del Atrato” y llegaron a Quibdó, aquí están, hace más de un lustro, en principio vistos como bichos raros por los quibdoseños, implorando la ayuda de la alcaldía, de la gobernación, tratando de romper la indiferencia de quien puedan…., arrastrando con el estigma de ser pobres e irrumpir la tranquilidad de otras personas. Benjamín, quien seguramente no tuvo mas que dos años de escuela hoy tiene que aprenderse una tracalada de leyes, decretos, tutelas, reglamentos, normatividades, sentencias de la corte, apelaciones, para reclamar e intentar arañar algunos recursos que le permitan rescatar algo de la dignidad que perdió al salir de sus tierras. Seguramente nunca escuchó hablar de los Hutus o los Tutsis, que en menos de cuatro meses por allá en Ruanda se mataron como un millón de ellos, o de las tantas masacres que se padecen diariamente en el planeta, lo que si sabe con certeza es que su drama y su tragedia no le corresponden, no son culpa suya. Pasa sus días con el sol a cuestas, con una carpeta de papeles bajo el brazo, de oficina en oficina, fungiendo de líder de la comunidad desplazada de sus tierras, buscando una brújula para encontrar el norte. Y ahora para darle de comer a su familia, recorre de barrio en barrio las calles de Quibdó. con una desvencijada carreta donde vende limones. Liiiimones… A llevar los liiiimones…..