ROSEMBERG SANDOVAL
EL COMPROMISO DE UNA OBRA ABSOLUTAMENTE SINGULAR
En un país de
masacres, de permanentes violaciones a los derechos humanos, de despojos y
exclusiones, la obra de Rosemberg Sandoval adquiere la profunda validez de la
denuncia. Es una insurgencia lúcida, brillante y consecuente. Cada obra,
performance o manifestación, obedece ante todo a un profundo ejercicio de
reflexión, a la concepción de atmósferas que contagian, que, incluso molestan y
cuestionan al espectador, derrotan lo anodino, levantan vendas y mordazas y quieren
impedir la amnesia y el olvido. La anarquía consecuente de sus intervenciones
es también una autoflagelación y una inmersión en la soledad y la desilusión.
La frase inicial, es determinante y contundente… Si hay algo que ha marcado la
existencia de las últimas generaciones de nuestro país es el miedo, y el gran
fracaso del Estado es haberlo propiciado, incrementado y tolerado.

Rosemberg se manifiesta desde la
carencia, desde la limitación incluso. La precariedad se convierte en un
atributo que incrementa la significatividad de sus acciones, cuando construye
un “Childen´s room” (Ver página 66) con alambres de púas pintados de rosado,
una hamaca con envases plásticos desechados, o escribe un mensaje utilizando
como lienzo una tela que se empleó en el techo de un cambuche de personas desplazadas por el conflicto, o
cuando en el perfomance “Baby Street” (Ver página 77), desde su impecable traje
blanco asume la limpieza de un indigente como gesto de perdón y de rechazo a su
exclusión y maltrato. El mugre, la mancha y los
residuos, se convierten así en elementos inherentes en su actitud artística.
Él arranca
costras con delicadeza de verdugo enamorado, penetra en submundos donde habita
la sordidez y el olor de la muerte está latente y se percibe en cada uno de sus
resquicios. Rosemberg asume que este país se construye–destruye– construye,
teniendo como principal referente la violencia, es algo así como un Uróboro, o
la serpiente que se devora así misma y vive renaciendo, en una espiral de
muerte y vida, y que esta violencia ante todo ha sido alimentada por la lucha
por la tenencia de la tierra, por el dominio de territorios en donde el miedo,
propiciado de una manera brutal y compulsiva, es la principal arma para doblegar
a una inmensa e inerme población, víctima de las ansias de poder de quienes
controlan sus destinos. La suya es una obra política que escarba ante todo
territorialidades, que procura que el espectador haga una introspección sobre
este país de excluidos, de marginales, de despojados, que recurra a la memoria
que duele.
La cartografía del conflicto colombiano es un tema recurrente que avisa…
esos mapas tallados a cuchillo (Ver páginas 116-118), las sábanas y las copias
heliográficas intervenidas, las huellas del paso del
tiempo recogidas con esmero, paciencia y primorosa ternura, en zonas y
suburbios donde habitan los desterrados y los residuos humanos que van dejando
las ciudades y el éxodo de los campos, hablan por sí solos de tragedias
cotidianas, de intervenciones abusivas, de rupturas y masacres.
El Cauca, Chocó,
Caquetá, el sector de Aguablanca en Cali, son referentes geográficos de la
barbarie, de la reconfiguración de los mapas del poder, de la lumpenización y
el aniquilamiento. La importancia y trascendentalidad de su obra radica en su
audacia y originalidad para evidenciar lo políticamente incorrecto, las marcas
de botas, fusiles y atentados, la crudeza y la indolencia de los victimarios,
el sincretismo en el imaginario del conflicto, la inocencia desflorada.
Además de
desplegar una actividad de docente y formador de jóvenes artistas con una
visión crítica y contemporánea, Rosemberg Sandoval es una figura solitaria en
el arte colombiano, que ha sido coherente y consecuente con su actitud
provocadora, de disgusto frente a la infamia, de dolor y desaprobación ante el
arte primordialmente comercial y avalado por el sistema, es un artífice que se
mueve con absoluta libertad pisando vidrios, que avanza sobre campos minados,
eludiendo el bienestar y la comodidad de acomodarse.
Estas características lo hacen así irrepetible desde su singularidad y también, quizás, inimitable, de ahí el lugar destacado que se ha ganado a pulso y con dignidad profunda en el escenario del arte colombiano actual.
Mario Espinosa Cobaleda