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Quibdó es una ciudad pequeña, no tiene la historia o la tradición de las grandes metrópolis del país o del Caribe y por lo tanto no se le puede comparar con ellas. Descansa a orillas del Atrato, en la mitad de una selva húmeda y casi sin vías de comunicación terrestre con el resto del país. Cuentan las crónicas que en la primera mitad del siglo pasado, antes de que el Chocó fuera declarado departamento, mantuvo un activo intercambio con las ciudades del Caribe, no solo comercial sino también cultural y político. La explotación del oro y la madera fueron actividades que generaron altos ingresos a un sector de sus pobladores que vivieron el esplendor de la buena vida, del aburguesamiento de sus costumbres, cuando existía el Teatro César Conto, hoy en deplorables condiciones de abandono.
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Fue la época de los sirios y libaneses, de los chocoanos cultos como Diego Luis Córdoba y Rogerio Velásquez, de Caicedo Mena, días en que floreció la arquitectura, la tertulia, las manifestaciones literarias, el periodismo, el culto al conocimiento.
Después vinieron los incendios que arrasaron con más de la mitad de una ciudad de madera. Y la nueva ciudad se levantó aparatosamente, sin planeación, al capricho de todos… creció improvisadamente y ha sido saqueada por cuanto filibustero accede a algún cargo de su administración.
Por este motivo cuando llega un visitante no es mucho lo que puede ofrecerle la ciudad. Un malecón para mirar las tardes, unos pequeños monumentos, en pésimo estado de conservación, unas calles donde el espacio público no existe y un desorden al cual sus habitantes están, al parecer, resignados. En la noche estruendosos lugares con música a todo volumen y miles de motocicletas que vagan a altas velocidades, incrementando la zozobra, el escape del aburrimiento, la bulla y el acelere hacia la pasión noctámbula .
Como ciudad afro esto tiene su encanto, el desorden y el caos son como la válvula de una olla a presión que permite que no explotemos de desesperación. El baile y el desenfreno de un puerto pirata, de un islote del deseo , de un cruce de caminos….
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Quibdó adolesce de monumentos dignos de su historia, carece de una arquitectura contemporánea con identidad que enriquezca su patrimonio, no existe un teatro con programación permanente, ni siquiera se puede encontrar una librería decente o un buen almacén de música de estas tierras, de artesanías, a pesar del alto número de ”educadores” que lo habitan, y de la larga lista de escritores y poetas que han publicado sus obras. El Banco de la República posee una buena biblioteca, pero su programación cultural es paupérrima, en sus periódicos las notas culturales no pasan de ser una breve reseña mucho menos importante que la crónica roja del momento. Hay algunas actividades que son insuficientes y esporádicas, como la retreta de la banda en el malecón, o la orquesta de batuta. La Universidad no tiene, o por o menos no hace visible su rol de promotor cultural.

Aún no se inician procesos sobre lo que tanto pregona la administración de “Quibdó, ciudad de oportunidades”, cuando la mayoría de sus pobladores no tienen conciencia de qué significa tener una cultura ciudadana, de construcción de símbolos, de apropiación y buen uso del espacio público. El acceso a la cultura es indispensable para mejorar condiciones de vida, no podemos excusarnos en el clima lluvioso, o en la pobreza de la mayoría de habitantes de Quibdó.
Simplemente al no haber procesos de reflexión de las gentes, la clase dirigente se perpetúa o se rotan entre ellos el poder, por eso Quibdó, ese moreno anfibio y triste seguirá contoneando sus caderas al ritmo del reguetón e irá olvidando la herencia y las raíces de las que muchos de sus pobladores quieren desprenderse violenta o silenciosamente.

No es mucho lo que nos ofrece la ciudad y sin embargo su corazón de ébano es entrañable, su piel es diferente y su grito nos sorprende!!!