La percusión de timbales, maracas y bongós, en armonía con la guitarra y el tres, haciendo filigranas con los cobres, y jugando con el dominó de las teclas de los pianos, han gestado maravillosos sones, guarachas, mambos, guaguancós, plenas, aguinaldos, boleros y danzones, solo para ilustrar ese firmamento de luminosos paisajes de sonidos. Un abanico de grandes compositores, de destacadísimos músicos y de figuras rutilantes que con su voz han llevado el mensaje de alegría, de nostalgia y la particular alma bohemia del sentir de ese Caribe, han sido capaces de convertirse en símbolos que han dejado su huella indeleble en nuestra ruta.
Son tantos, que cada uno de nosotros ha elegido quienes están en el podio donde premiamos con reverencia a quienes consideramos los mejores. No es una decisión fácil, a algunos los admiramos y reconocemos su talento, unos cuantos brillan como estrellas fugaces y algunos privilegiados llegaron para quedarse. Si en este momento tuviera que elegir, ante todo pensaría en Don Agustín Lara, Beny Moré, Ismael Rivera, Daniel Santos y Héctor Lavoe. Sobre todas las cosas ellos fueron profundamente humanos, llegaron a ser considerados ídolos y también padecieron las consecuencias de su grandeza; navegaron por la música antillana entregándonos su talento, su grandeza y el gusto por asumir la vida con una desbordada intensidad.
No es necesario adentrarnos en los datos biográficos de ellos, -la gran ventaja del internet es que colocamos sus nombres e inmediatamente nos remiten a miles de páginas donde podemos encontrar referencias a su vida y a su obra- yo les hablo de la marca que me han dejado, les hablo desde las miles de canciones que he escuchado, les hablo desde las muchas noches que me han acompañado y desde los sonidos que retumban o susurran hermosas frases de amor en la intimidad. Les digo que la música antillana ha sido ingrediente fundamental del sabor que he tratado de imponerle a la existencia, para acariciar el paso de la vida, para vivir iluminado por el sol o por las luces de neón.
El único que merece el trato de EL JEFE es Daniel Santos, el resto pueden ser gerentes, mandarines, coordinadores, directores, caciques o mayorales. Ese ANACOBERO -que quiere decir algo así como diablillo travieso- llegó al alma de marineros, de trashumantes de tierra firme, de trasgresores, de bohemios y noctámbulos. Era un dios de carne y hueso con corona de hierba y humo; tuvo luz propia en lupanares y altar en las rockolas, fue un empedernido propiciador de escándalos, libertino, andariego y divertido. De sus temporadas con el Cuarteto Flórez, el Conjunto de Sociedad, la Sonora Matancera, Pedro Laza, el Conjunto Clásico, queda el testimonio de su voz en melodías como El Tibiri Tabara, Cómo se van las Noches, Virgen de media Noche, Linda, La despedida (Vengo a decirle adiós a los muchachos), Palmeras, Margie, Esperanza Inútil, Canción de la Serranía, por eso una noche en compañía de la Música del JEFE es un cálido pretexto para embriagar al corazón, para atrasar el reloj y bailar guarachas, para besar a la luna o a quien deliciosamente se atreva a suplantarla!!!
Hace 20 años se fue de viaje, tal vez a acompañar a sus amigos de barra, o de pronto a improvisar un coro con algún Orisha y algún viejo Babalao que acompañará su voz con un güiro y una clave. Su imagen que anda dibujada de bar en bar, desde Guayaquil hasta Nueva York es un ícono nocturnal de ese pedestal donde permanecerá mientras exista “Borinquén la tierra del Edén, la perla de los mares”, y la lucidez nos acompañe para brindar por él.
Sus comentarios los pueden enviar a megaspar@hotmail.com
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