DE GAZAPOS, MALENTENDIDOS Y EQUIVOCACIONES
La importancia de la literatura en el lenguaje hablado
Estamos convencido de lo fácil que
es hablar y exponer ideas, pensamientos, conceptos. Sin embargo, estamos muy
lejos de hacerlo bien, cada día nos enteramos de los múltiples errores, contradicciones
y desaciertos que cometen figuras públicas al expresarse. Sí, equivocarse es de
humanos… hablar a estas alturas de la Unión Soviética, confundir astronomía con
astrología, a Hitler con Einstein, escuchar los desafueros y el maltrato al
lenguaje de mandatarios de Venezuela y Colombia, -así lo querí-, no es algo
esporádico, hace parte de la forma en que hablamos en la cotidianidad.
Las formas de hablar en la actualidad
implican el uso un lenguaje mínimo, que además se complementa con emoticones,
asteriscos, palabras básicas y abreviaturas codificadas de acuerdo a los
guettos donde deambulan. De ahí que las muletillas “o sea”, “cómo le digo”,
“obvio” se hayan normalizado en el hablar. Los canales de comunicación virtual
como el Twitter se hacen con mensajes cortos, que en la mayoría de los casos
son de reacción inmediata, viscerales, realizados más con la pasión de querer
decir algo, que con el juicio y la prudencia que correspondería a enviar
mensajes lúcidos y edificantes.
Los medios de comunicación están
saturados de informaciones incorrectas; de aclaraciones, de excusas por haber
sido malinterpretados, aducir que las palabras fueron sacadas de contexto.
Personajes obligados a retractarse, a corregir lo dicho, sencillamente porque
no saben construir oraciones para manifestar lo que quieren transmitir y, por
supuesto, caen en un lenguaje cantinflesco y chabacano. De alguna manera la
oralidad implica un complejo ejercicio mental para moldear el pensamiento, esa
magia de la palabra dicha, que se acompaña con gestos, con actitudes, con
pausas, tonos de voz, con silencios.
Como lo enuncia Álex Grijelmo en
su excelente texto “La seducción de las palabras”, “Nada podrá medir el poder
que oculta una palabra”, de ahí que los grandes escritores se han esmerado en
buscar el término exacto, la figura gramatical, la precisión en medio de la
exuberante riqueza de nuestro lenguaje. No se necesita que hablemos con
lenguaje poético, tampoco que nuestra oralidad esté saturada de metáforas,
hipérboles, retruécanos, oximorones, o calambures, mucho menos que hayamos
aprendido la gramática de memoria. El lenguaje escrito permite precisamente la
reflexión, el corregir, el pulir una frase, darse el tiempo necesario para
darle el ritmo y el espacio necesario a las palabras.
El léxico y el buen uso del
idioma, usualmente, no se transmite en la oralidad. Permanece en el arcano
maravilloso de la literatura. Las palabras plasmadas en el papel nos llevan a
viajar por universos nunca imaginados, nos invitan a fantasear, a soñar, a
recorrer geografías y lugares ignotos o que tal vez nunca han existido, a
conocer y desnudar nuestras virtudes y nuestros más recóndita y sórdida
naturaleza. Y ese contacto con la buena lectura, generalmente simbolizada en
los libros, nos amplía el espectro del conocimiento, pues la literatura es casi
la puerta principal a la entrada al reino de la cultura general, de ese
conocimiento que tal vez nos puede parecer innecesario, porque no es rentable
económicamente y, sin embargo, para nuestro deleite, nos permite navegar en los
sinuosos caminos del arte, de la poesía, del buen cine, de la gran música, del
trasegar de la historia y el milagro de la naturaleza, o del fascinante mundo de las artes escénicas.
De una forma casi inconsciente
nos familiarizamos con estas formas expresivas y ello se refleja en la forma en
que nos expresamos; de ahí que la ausencia o el poco interés por la literatura
se vea reflejado en estos personajes que pululan en los escenarios políticos y
de una farándula que cree que la fama efímera que les otorgan los medios y la
publicidad, es suficiente para trascender. El contacto a la literatura y a los
buenos textos es un admirable ingrediente para que de manera inconsciente y
espontánea podamos elaborar mejores formas expresivas.
Tal vez como lo decía algún
querido personaje cuando se desaparecía por algún tiempo y respondía a nuestra
pregunta por su ausencia: “¡Estaba en la cárcel, es que estuve guardado, fue
por un malentendido!!”. Hay muchos conflictos y situaciones complejas que se
originan precisamente por nuestra ligereza al hablar. Si se quiere avanzar en
la construcción de una mejor sociedad, en donde sea posible la convivencia,
deberíamos empezar por mejorar el manejo de la expresión oral, y en ello
nuestros gobernantes y políticos podrían apoyar dando ejemplo. En alguna
candidatura presidencial, una forma de menospreciar al contendor era llamándolo
profesor; con este tipo de actitudes queda manifiesto en el imaginario de la
sociedad, que el saber y el conocimiento no son trascendentales ni fundamento
en la construcción de una mejor ciudadanía. Estamos en el tiempo de dejar atrás
estos absurdos postulados, y que la tan ansiada Paz Total venga también con una
tregua y unas mejores formas de expresión, esto seguramente enriquecerá los
debates y generará espacios dignos para la contradicción y el respeto a la
diferencia.
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