martes, 21 de junio de 2022

El bolero - Hoy como ayer

 


EL BOLERO: HOY COMO AYER

“Tú me acostumbraste a todas esas cosas

Y tú me enseñaste que son maravillosas”

 

En la atmósfera de las conversaciones musicales, suele decirse que para escuchar bolero hay que escudriñar entre los discos viejos que deleitaron a los abuelos en radiolas y emisoras, y que, en la actualidad, para ello habría que reencauchar los tornamesas y auscultar las voces que fueron cómplices de amores imposibles, de romances platónicos y deslices furtivos. Los tríos y las serenatas con boleros, ante la escasez de ventanas clandestinas y floridos balcones, han sido sustituidos por altisonantes escuadrones de mariachis y otros géneros populares.  Sin embargo, a mi parecer, esta apreciación puede estar un poco alejada de la realidad.

En estos días es posible navegar a través de las plataformas digitales por las versiones clásicas de las grandes orquestas y boleristas insignes, que hicieron de este género uno de los preferidos de los melómanos del siglo pasado. Es la manera más usual en que se escucha hoy la música; ahí, siguen cantando cada vez mejor Toña la Negra, Celio González y el jefe Daniel Santos. En ese complejo escenario de tecnologías evolucionando, nubes y horizontes de la virtualidad, han desaparecido las tiendas de música, y con ellas se van extinguiendo los coleccionistas de discos, de acetatos, de carátulas, versiones y cuidadas ediciones. Sus amplios anaqueles pueden caber tal vez en una memoria Usb, que es como “tener una colección de estampillas en fotocopias”.

Los bares y sitios de diversión de las ciudades han experimentado una metamorfosis que excluyó casi de manera rotunda al bolero. Las fondas, las rockolas, aquellos pequeños rincones de añoralgias que hacían ingentes esfuerzos por permanecer han sucumbido al tiempo y a los vaivenes de los gustos musicales, esporádicamente se escuchan, y no de la mejor calidad, en las mal llamadas “viejotecas”, que son como el cuarto de San Alejo de lo que se considera que el viento y el tiempo se llevaron.

El espectro de géneros musicales, y especialmente los de las nuevas generaciones, se ha ampliado, la oferta de consumo efímero cada día crece, los sentimientos y acercamientos eróticos fluyen a diferente ritmo y con nuevos ingredientes que generan placeres, al parecer, más complejos. Aún en medio de ellos el bolero, en un íntimo sincretismo se transforma para permanecer, es la magia de un género que se nutre de nuevas disonancias, se apropia de conceptos musicales de vanguardia, lo han interpretado en ocasiones baladistas otoñales, pero su gran acierto fue haberse logrado insertar y permanecer en el maravilloso sonido de los grandes salseros, que lo encausaron por las corrientes que transita hoy.

En una opinión muy personal, creo que el género se ha cualificado, ha sofisticado su sonido, y de esta manera continúa cautivando a una selecta audiencia que reconoce la validez de sus raíces y su historia, y a la par que se deleita con los grandes del género, exige nuevas versiones, letras más contemporáneas y texturas que se confabulen con estéticas vanguardistas.

Las nuevas corrientes del bolero recurren a fuentes que, en conspiración de influencias y entrecruzamiento de expresiones y armonías, se amalgaman con los sonidos tradicionales y el jazz. El Filin cubano lo hizo en su momento, al igual que las cadencias del BeBop en la sonoridad de la orquesta de Beny Moré. El jazz refresca de manera sorprendente la armonía, al asignar un lugar preponderante al virtuosismo de los instrumentistas; en las versiones recientes de los boleros clásicos, y en los nuevos boleros, la estructura musical es, incluso más importante que la letra. Las voces actuales han tomado giros que amplían sus posibilidades y registros con inflexiones que, de alguna manera evidencian un quiebre con las armonías de antaño; de ahí que los grandes músicos del latin Jazz experimenten sus universos sonoros en el bolero, y se hayan elegido temas que por su calidad se convierten en Standars, como el inigualable “Tú, mi delirio”, del maestro cubano César Portillo de la Luz, o el aclamadísimo “Cómo fue” de Ernesto Duarte.

De alguna manera nuestra concepción del mundo y la manera como expresamos los sentires se ve reflejada e influenciada por el tipo de música que escuchamos; hay sonidos y melodías que dejan marcas indelebles y tienen la ensoñación de abrazar el mar y extasiarnos en evocaciones mirando el firmamento, aunque “el mar y el cielo se ven igual de azules/y en la distancia parece que se unen”.

El género ha pasado a ser de minorías, y al desaparecer la radiodifusión, los programas musicales, las ventas de discos y las compañías disqueras que promocionaban a los artistas, ese universo musical actual de influencers y videomanía, no es el escenario más idóneo para el reconocimiento de los actuales cultivadores del bolero, sin embargo, ellos están vigentes, reclaman su permanencia con su noctámbula y devota inspiración, y su crisálida que recrea melodías, son el susurro premonitorio de que tendremos bolero para rato.

Grandes artistas cubanos como Isaac Delgado, Dayme Arocena, (una invitación a escuchar el clásico "Bésame Mucho", donde se hace acompañar por el talentoso trompetista cubano Yasek manzano y su cuarteto),  Raúl Gutiérrez, Cucurucho Valdés y Geidy Chapman,  el mismo Chucho Valdés, para solo citar algunos, tienen trabajos bolerísticos de altísima calidad; las fusiones del Cigala o de Salvador Sobral en España, y en nuestro país, Andrés Cepeda con sus incursiones en el bolero con Big Band, el polifacético Yuri Buenaventura, la vanguardistas versiones de Boleros Azules y Beatriz Castaño, las notables interpretaciones de Fernando Linero y el desaparecido Gabriel Rondón, las esporádicas apariciones en el género de Claudia Gómez, Majo y  Ana María González, por ejemplo, refrescan el panorama y hacen evidente la permanencia de un bolero que nos exige ir más allá de la tonada, salirnos del cancionero y vislumbrar futuros que hagan que “ese corruptor de mayores” permanezca en el sentimiento de una cofradía que aún cree en esos arpegios que con un ritmo cadencioso y sensual acicalan la melancolía.   

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