EL BOLERO: HOY COMO AYER
“Tú me acostumbraste a todas
esas cosas
Y tú me enseñaste que son
maravillosas”
En la atmósfera de las conversaciones musicales, suele decirse que para
escuchar bolero hay que escudriñar entre los discos viejos que deleitaron a los
abuelos en radiolas y emisoras, y que, en la actualidad, para ello habría que
reencauchar los tornamesas y auscultar las voces que fueron cómplices de amores
imposibles, de romances platónicos y deslices furtivos. Los tríos y las
serenatas con boleros, ante la escasez de ventanas clandestinas y floridos balcones,
han sido sustituidos por altisonantes escuadrones de mariachis y otros géneros
populares. Sin embargo, a mi parecer, esta
apreciación puede estar un poco alejada de la realidad.
En estos días es posible navegar a través de las plataformas digitales por
las versiones clásicas de las grandes orquestas y boleristas insignes, que
hicieron de este género uno de los preferidos de los melómanos del siglo
pasado. Es la manera más usual en que se escucha hoy la música; ahí, siguen
cantando cada vez mejor Toña la Negra, Celio González y el jefe Daniel Santos. En
ese complejo escenario de tecnologías evolucionando, nubes y horizontes de la
virtualidad, han desaparecido las tiendas de música, y con ellas se van
extinguiendo los coleccionistas de discos, de acetatos, de carátulas, versiones
y cuidadas ediciones. Sus amplios anaqueles pueden caber tal vez en una memoria
Usb, que es como “tener una colección de estampillas en fotocopias”.
Los bares y sitios de diversión de las ciudades han experimentado una
metamorfosis que excluyó casi de manera rotunda al bolero. Las fondas, las
rockolas, aquellos pequeños rincones de añoralgias que hacían ingentes
esfuerzos por permanecer han sucumbido al tiempo y a los vaivenes de los gustos
musicales, esporádicamente se escuchan, y no de la mejor calidad, en las mal
llamadas “viejotecas”, que son como el cuarto de San Alejo de lo que se
considera que el viento y el tiempo se llevaron.
El espectro de géneros musicales, y especialmente los de las nuevas
generaciones, se ha ampliado, la oferta de consumo efímero cada día crece, los
sentimientos y acercamientos eróticos fluyen a diferente ritmo y con nuevos
ingredientes que generan placeres, al parecer, más complejos. Aún en medio de
ellos el bolero, en un íntimo sincretismo se transforma para permanecer, es la
magia de un género que se nutre de nuevas disonancias, se apropia de conceptos
musicales de vanguardia, lo han interpretado en ocasiones baladistas otoñales, pero
su gran acierto fue haberse logrado insertar y permanecer en el maravilloso
sonido de los grandes salseros, que lo encausaron por las corrientes que
transita hoy.
En una opinión muy personal, creo que el género se ha cualificado, ha
sofisticado su sonido, y de esta manera continúa cautivando a una selecta
audiencia que reconoce la validez de sus raíces y su historia, y a la par que
se deleita con los grandes del género, exige nuevas versiones, letras más
contemporáneas y texturas que se confabulen con estéticas vanguardistas.
Las nuevas corrientes del bolero recurren a fuentes que, en conspiración de
influencias y entrecruzamiento de expresiones y armonías, se amalgaman con los
sonidos tradicionales y el jazz. El Filin cubano lo hizo en su momento, al
igual que las cadencias del BeBop en la sonoridad de la orquesta de Beny Moré.
El jazz refresca de manera sorprendente la armonía, al asignar un lugar
preponderante al virtuosismo de los instrumentistas; en las versiones recientes
de los boleros clásicos, y en los nuevos boleros, la estructura musical es, incluso
más importante que la letra. Las voces actuales han tomado giros que amplían
sus posibilidades y registros con inflexiones que, de alguna manera evidencian
un quiebre con las armonías de antaño; de ahí que los grandes músicos del latin
Jazz experimenten sus universos sonoros en el bolero, y se hayan elegido temas
que por su calidad se convierten en Standars, como el inigualable “Tú, mi
delirio”, del maestro cubano César Portillo de la Luz, o el aclamadísimo “Cómo
fue” de Ernesto Duarte.
De alguna manera nuestra concepción del mundo y la manera como expresamos
los sentires se ve reflejada e influenciada por el tipo de música que
escuchamos; hay sonidos y melodías que dejan marcas indelebles y tienen la
ensoñación de abrazar el mar y extasiarnos en evocaciones mirando el
firmamento, aunque “el mar y el cielo se
ven igual de azules/y en la distancia parece que se unen”.
El género ha pasado a ser de minorías, y al desaparecer la radiodifusión,
los programas musicales, las ventas de discos y las compañías disqueras que
promocionaban a los artistas, ese universo musical actual de influencers y
videomanía, no es el escenario más idóneo para el reconocimiento de los actuales
cultivadores del bolero, sin embargo, ellos están vigentes, reclaman su
permanencia con su noctámbula y devota inspiración, y su crisálida que recrea melodías,
son el susurro premonitorio de que tendremos bolero para rato.
Grandes artistas cubanos como Isaac Delgado, Dayme Arocena, (una invitación
a escuchar el clásico "Bésame Mucho", donde
se hace acompañar por el talentoso trompetista cubano Yasek manzano y su
cuarteto), Raúl Gutiérrez, Cucurucho Valdés y Geidy
Chapman, el mismo Chucho Valdés, para
solo citar algunos, tienen trabajos bolerísticos de altísima calidad; las
fusiones del Cigala o de Salvador Sobral en España, y en nuestro país, Andrés
Cepeda con sus incursiones en el bolero con Big Band, el polifacético Yuri
Buenaventura, la vanguardistas versiones de Boleros Azules y Beatriz Castaño, las
notables interpretaciones de Fernando Linero y el desaparecido Gabriel Rondón, las
esporádicas apariciones en el género de Claudia Gómez, Majo y Ana María González, por ejemplo, refrescan el
panorama y hacen evidente la permanencia de un bolero que nos exige ir más allá
de la tonada, salirnos del cancionero y vislumbrar futuros que hagan que “ese
corruptor de mayores” permanezca en el sentimiento de una cofradía que aún cree
en esos arpegios que con un ritmo cadencioso y sensual acicalan la melancolía.
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