DIVAGACIONES ALREDEDOR DEL BOLERO
“Esa noche fue larga,
interminable,
habían sufrido tanto nuestras almas,
que los dos comprendimos que era tarde
el querer remediar aquel agravio.”
Demasiado tarde – Roberto Cantoral
Así existan cientos de
publicaciones, numerosos excelsos conocedores del género, entrañables amigos
defensores, apologistas, filósofos y poetas que lo abrazan como a una novia
nueva o a un gin tonic en una velada con besos y velitas, me atribuyo el
derecho de entregar mi versión. Tal vez sea un atrevimiento, pues con el bolero
tenemos muchas contradicciones, es algo así como una atracción matrera, apache,
que va en contravía de ese sentimiento que se llama amor. Y a pesar de ello,
con su cursilería, con la gran mentira que pregona en sus letras, se abre paso
entre mis gustos musicales. No puedo resistirme ante un buen bolero, o mejor
aún, ante una versión que me cautive.
El bolero es lánguido, perverso y
empalagoso, sus letras conllevan dosis extremas de delirio, de ansiedad, de desencanto,
de corazones exprimidos ya sea por el frenesí de lo que puede ser y no es, o de
aquello que ya no es y nos precipitó al desbarrancadero del sufrimiento. En el
terreno de ese amor que nos describe todo es posible, lo irreal nos atrapa, lo
prohibido encuentra una válvula para mitigar la hecatombe del embeleco de
nuestros sueños irreales.
En ese panorama de cielos
estrellados y de nubarrones se erige una cruz con un corazón crucificado que
reclama justicia sentimental, que le implora al más allá que la cábala de los
deseos sea certera. Y, sin embargo, ¿Cómo puede el bolero transmitir tanta
belleza? Ese es el dilema que implica la
intrincada maraña de sentimientos que nos habitan. El desengaño, la desolación
y la esperanza se juntan en un íntimo abrazo de reconciliación, pues lo querido
alcanza dimensiones épicas y lo inalcanzable naufraga en la intimidad de la
disculpa y la justificación.
La evocación está repleta de
frustraciones, el porvenir de incertidumbres, y el presente, con sus instantes
va elaborando la huella indeleble de nuestra historia pasional. Entonces el
bolero, sus trovadores, sus eximios compositores e intérpretes, -siendo don
Agustín Lara, de lejos, el mejor, a quien le tributo una ofrenda en el altar
del bolero- logran desentrañar de los resquicios del alma aquello que nos
desvela y nos entrega esa identidad latinoamericana, mezcla de melancolía
india, de diáspora africana, de quimeras de aventureros europeos: el
romanticismo criollo, caribe, plañidero y sensual.
El bolero es un compendio de
sensaciones encontradas, que encuentra el traje perfecto en el virtuosismo de
sus prodigiosas voces. Cada versión es diferente, transmite novedosos elementos
para jugar con los sentidos. En una época contemporánea donde son dinámicos los
valores y se incentiva el inmediatismo de los encuentros furtivos y efímeros,
el bolero entrega una lección de permanencia, pues en sus músicas las
manecillas del reloj llevan una lentitud exasperante. “Noche no te vayas” es un
ruego de tres minutos y nos parece eterno, como esa alborada que no deseamos
que aparezca.
El bolero tiene la complicidad de
la noche, de la bohemia, de la soledad de los enamorados. Cuando se baila
permite que la piel se acerque en forma de íntimo poema…. ¿Cómo no quererlo?
Tengo la convicción de que el
género en la actualidad es patrimonio inmaterial del espíritu de unos pocos “iniciados”
que, rompiendo las fronteras políticas y culturales, hemos caminado por
senderos que van dejando canas, recuerdos y añoranzas. Tal vez esa herencia sea
suficiente motivo para aplaudir las versiones recientes de calidad, que buscan
seducir a nuevos adeptos. Además de escuchar a las voces consagradas, las
interpretaciones de esos personajes casi desconocidos como Arista, Sofronín
Martínez o Amparito Escobar, que oxigenan el oído, qué inmenso placer depara
realizar el espléndido ejercicio de escudriñar, buscar en viejos anaqueles exquisiteces
o, simplemente dejarnos llevar por el embrujo interpretativo de Roberto Faz,
Pete el Conde Rodríguez, Héctor Lavoe, Rubén Blades, Joe Quijano, Cheo
Feliciano, Helena Burke, Pablito Milanés, cuando nos entregan maravillosas
versiones que, como decía un amigo de mi padre: “Le sacan viruta al alma”.
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