HACIA UNA NUEVA CARTOGRAFÍA
PARA CAMINAR JUNTOS
La posesión de
Gustavo Petro como presidente de nuestro país, es tal vez la principal
conquista de un pueblo que, tras siglos de luchas logra reivindicar su derecho
a decidir, a exigir unas mejores condiciones de vida, a ser tenido en cuenta, a
sentirse incluido y a participar activamente en la construcción de sus anhelos.
Como el bello
tango de Astor Piazzolla titulado Oblivion, el olvido tiene llena el alma de
melancolía, es complejo y al mismo tiempo sublime. Cuando es un acto voluntario
implica despojarse del equipaje emocional, es algo así como una catarsis de
amor y desamor. Si hacemos un periplo por nuestra reciente historia, de sucesos
macabros y escabrosos, de despojos, exclusiones e infamias, principalmente en
contra de los desposeídos y los “nadies”, podemos encontrar muchísimas razones
para anhelar la paz, para armonizar el corazón con la naturaleza y nuestros
semejantes, para reconciliarnos y darnos el abrazo del perdón. Y, sin embargo,
perdonar no es olvidar…. Es recordar para que no se vuelva a repetir, es pasar
la página y soñar con unos próximos capítulos en donde los protagonistas no
sean los villanos.
La ilusión que se
ha alimentado con una simbología de promisorios buenos vientos, tiene ante todo
la premisa de que la mejor forma de resolver los conflictos y desavenencias es
sentándose a hablar, es ir más allá de la ofensa y la absurda actitud de los derrotados,
que continúan destilando ponzoña con sus tuits y columnas de opinión; esto es
más que una suficiente razón para saber porqué perdieron. Creo que nuestra
sociedad está cansada del conflicto y por primera vez sueña con la posibilidad
de la tranquilidad, de “vivir sabroso”. Los discursos incendiarios de las
gorgonas uribistas, de los chifloretos rezagos de la godarria, para quienes la
música militar y las voces de mando les parecen coros de arcángeles, de los
despechados del poder, no podrán opacar esa nueva y legítima aspiración de un
pueblo que creyó que sí es posible gobernar de otra manera y vislumbrar mejores
horizontes.
El embeleco de
que el orden y la justicia se consiguen a costa de requetemuertos y “falsos positivos” dejó de tener validez. Venimos
de un proceso de diálogo para la construcción y firma de un Acuerdo de Paz con
el principal grupo insurgente; es un compromiso que hay que cumplir para ganar
credibilidad, para ejemplarizar unos principios éticos, para demostrar que la
arrogancia y terquedad del anterior inepto presidente, nos ha retrasado cuatro
años y nos ha costado miles de nuevas víctimas. Ya no es tiempo para desplumar
colibrís, es la oportunidad de desplegar las alas y salir del laberinto en
procura de nuevas formas de amar la existencia y encumbrarnos hacia espejos de arreboles.
Este ha sido un
buen momento para evadir nuevos colapsos, para evitar que alguien perversamente
astuto, como en el dominó, hubiera sido capaz de “cerrar el juego” teniendo en
sus manos la ficha ganadora, que en este caso era la vacía, la de ganar las
elecciones diciendo imbecilidades, sin un asomo de lucidez o de estructuración
política…. De la que nos salvamos…. Tal vez hacerle el quite a esa debacle,
puso en evidencia la inminente necesidad de avanzar en una expedición
pedagógica que sea capaz de enseñarnos a elaborar un pensamiento colectivo
hacia la paz, hacia el respeto a la vida, a la diferencia cultural, hacia
nuestras raíces.
Esta nueva puerta
que se abre a la utopía, no hubiera sido posible sin el sacrificio y la
inmolación de tantas vidas de soñadores e inconformes. La lista es tan grande
que solo enumerar las víctimas líderes sociales, mujeres activistas, indígenas,
afros, campesinos, soldados y policías, jóvenes de barrio, intelectuales,
defensores de derechos humanos, llevaría un buen tiempo, pues como dijo el padre Francisco de Roux, si hiciéramos un minuto de
silencio por cada una de las víctimas del conflicto, tendríamos que estar
callados durante diecisiete años. Por eso es posible que su legado, ese
patrimonio de sabiduría y recorrido en la construcción de procesos sociales,
esa larga historia de luchas y fracasos sea un espléndido argumento para que
detrás de bastidores se confabule la alegría. La mejor lección aún está por
venir, y en ella debe existir el compromiso de todos y cada uno de nosotros y
nosotras, de nutrirnos de reciprocidad, de solidaridad, de la capacidad de
pensar en plural, de mitigar la indolencia y mirarnos con los mismos ojos de
nuestras deidades. Es posible que reinventemos nuestra criolla versión de la
Alegoría de la Caverna en donde la luz sea patrimonio todos y la certidumbre de
tejer mejores sueños y hacerlos realidades nos devuelva la ilusión y la
esperanza.
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