LA CONCEPCIÓN Y LA FUNCIÓN DE LA ESPIRITUALIDAD EN LA RELACIÓN DE LOS HABITANTES DEL PACIFICO COLOMBIANO CON LA NATURALEZA – SABERES Y RECORRIDOS
“No podemos obtener impulsos sociales
sino en la medida que recibamos conocimiento espiritual de la naturaleza que
nos rodea… La vida del alma de la humanidad depende de la espiritualización de
nuestro saber de la naturaleza”.
Rudolf Steiner
Una
introducción:
La exuberancia de la naturaleza y el paisaje del Pacífico colombiano, esa imbricada confabulación de selvas, manglares, caudalosos ríos, arenas y el inmenso océano, puede dar fe del inmenso vínculo espiritual entre sus pobladores y su territorio.
Muchos siglos antes de la llegada
de la espada y de la cruz, esta tierra era el paraíso tropical de varios
pueblos ancestrales. A ese mágico espacio donde resuenan los sonidos de
coloridos seres vivientes, los vientos y la percusión, llegó también el
sincretismo de quienes fueron llevados desde el otro lado del mundo y allí
encontraron tierra fértil para ombligarse y venerar a sus deidades. En ese
crisol se fundieron costumbres, pensamientos y sentires.
Geografías sagradas – Geografías
profanadas: En medio de un territorio asolado por los conflictos y la
desmesurada ambición de expoliadores y saqueadores[1],
territorio también fecundo para el surgimiento de economías ilegalizadas, de
minería, narcotráfico, grupos armados, explotación indiscriminada de recursos
naturales, hay una tenaz resistencia de sus pobladores naturales para conservar
sus territorios, sus recursos, su organización, su pensamiento y su tradición.
Ahí están los territorios colectivos de los pueblos afrocolombianos y los
resguardos de los pueblos indígenas. Tal vez es en estos escenarios en donde se
conserva y se materializa su espiritualidad en íntima convergencia con su
entorno y la naturaleza[2].
Los científicos han definido el Antropoceno[3]
como esa era actual que estamos atravesando, era que se caracteriza por el
conflicto entre la noción de producir para la vida, y producir para el mercado.
Las severas consecuencias de este enfrentamiento se reflejan en la ruptura de
la coexistencia armónica con la naturaleza. Por este motivo se hace fundamental
acercarnos a la médula del pensamiento de quienes, con su sabiduría, desde
tiempos inmemoriales han respetado y venerado la generosidad de un planeta
donde, supuestamente, debemos caber todos los seres humanos en coexistencia
pacífica con las demás especies, algo así como la búsqueda del bien común. Cada
uno de nosotros necesita una “área ecológica” para existir, en esa
trascendentalidad esa huella debe ir más allá de lo eminentemente práctico y
debe erigirse sobre los pilares de la ética, de la espiritualidad.
De ahí que volteemos la mirada
hacia el Pacífico, hacia los habitantes de sus territorios colectivos, para
escudriñar los hilos de su conexión ancestral con la Madre Tierra y las maneras
en que desde sus sentires han procurado incrementar su calidad de vida y
hacerla para sus comunidades, conservando de forma sostenible sus entornos y
sus paisajes. Tal vez para los habitantes de las ciudades es muy complejo
cuantificar la contribución que los ecosistemas le hacen a la calidad de vida
en términos estéticos y espirituales. Esta es una oportunidad para detenernos y
reorientar la brújula, frente a la necesidad de establecer nuevos diálogos
entre la naturaleza y la cultura, para concebir formas de pensar y de habitar
más amigables, más entrañables y más en armonía con las energías superiores del
cosmos[4].
Resumiendo: No es intentar “salvar el planeta”, que sobrevivirá hagamos lo que hagamos.[5] El propósito común debe ser preservar, y de ser posible, mejorar un modo de vida en coherencia entre lo que pensamos y la forma en que actuamos frente a la vida. Los hábitos y las rutinas cotidianas de las urbes son obstáculos, que solo se superarán cuando entendamos que los riesgos son reales y apremiantes. La mejor forma de avanzar en este propósito es cualificar nuestra relación espiritual con la naturaleza y la Madre Tierra… y de eso sí saben los pueblos ancestrales, a quienes, con frecuencia, -en una actitud prepotente- evitamos entenderlos, reconocer y valorar su pensamiento biocéntrico.
El conocimiento de la naturaleza
elaborado por las comunidades negras e indígenas del Pacífico –y de muchas
otras regiones del país- contiene elementos políticos y éticos que reflejan formas
diferenciadas de ver y entender el mundo (cosmovisiones[6]),
que hace que pueda ser contemplado como una alternativa posible al
antropocentrismo, y que va más allá de la noción peyorativa que se pueda tener
desde el pensamiento occidental, como algo “exótico”,
primario o descontextualizado del mundo moderno.
MARIO ESPINOSA COBALEDA - 2024
[1] Ante todo, la desigualdad ambiental
es una manifestación contundente de la desigualdad social.
[2] En los territorios colectivos, -por
lo menos así lo establecen los principios organizativos y culturales- por
encima del individuo en el momento de tomar alguna determinación, ejercer
alguna actividad productiva o sociocultural, está el bienestar de las
comunidades.
[3] Época en que los seres humanos, más
que las fuerzas naturales, somos la causa principal del cambio planetario, que
amenaza la vida en la tierra.
[4] Romper el círculo de un mundo en
que la vida es un simple acto de compra y venta mercantil; la naturaleza no es,
no puede ser, no debe ser, mercancía…. Es un derecho humano inter-generacional.
[5] Para los escépticos, la tierra es
fuerte, y probablemente nada de lo que hagamos tendrá un impacto importante
sobre ella. Oros consideran a nuestro planeta frágil y susceptible de muchos
cambios, y hay quienes creen que el planeta está preparado para reaccionar
violenta y súbitamente si se le provoca lo suficiente… y parece que ya varias
veces lo ha hecho.
[6] La “cosmovisión", puede ser
entendida como las suposiciones básicas sobre la realidad y su significado, así
como la naturaleza del conocimiento.
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