“Los secretos son unas palabras que aprenden los que saben curar. Ellos tienen sus palabras que van derechas sin extraviarse pa’ ningún lado. Ni una más adelante ni otra más atrás y eso es protección. Es como hacer una oración la misma cosa que como uno está rezando el padre nuestro, el credo”…[1]
“La naturaleza que vemos es solo la
representación de seres invisibles que tomaron forma. Todos venimos de un mundo
espiritual para tener representación en este mundo”.
Un propósito fundamental de este
escrito es contribuir a recabar en lo íntimo de las concepciones espirituales,
de los pueblos, pues ellas están ligadas al sentir de la trascendencia, de la
relación sobre el sentido de la creación y la razón de ser de la existencia y
misión de los seres humanos en su corto periplo por la tierra. Su comprensión
es esencial para re(pensar)esta profunda relación entre la sociedad y la
naturaleza.
La espiritualidad del pueblo
afrocolombiano trasciende los límites de lo folklórico, de lo exótico, de la mera
“fantasía”; podemos decir que son complejas elaboraciones de un pensamiento biosófico, ligado a su concepción del
más allá y de la relación cuerpo-alma.
“La concepción espiritual afro
concibe el universo como una interacción constante entre seres materiales
-naturales y sobrenaturales-, humanos y no humanos, vivos y no vivos que
habitan la naturaleza, los cuales encuentran su lugar en la cotidianidad, donde
se reproduce todo un sistema de significados sobre los cuales construyen su
especial conexión con su ambiente, la selva húmeda tropical, donde se inserta
su territorio colectivo, el cual representa su espacio de vida.”
“La tierra… nuestra única madre…. Pertenecemos
a ella, todo el suelo es un bien común, es una alegría, una gran fiesta cuyo
propósito es unirnos, la sangre de la tierra es el agua, sin agua no hay vida y
por el aire viajan nuestros espíritus protectores. La selva es el espíritu,
origen y camino que gobierna los territorios del Pacífico; Mantiene el
equilibrio entre el mundo físico y el mundo espiritual.
Los animales y las plantas no existen antes que nosotros, sino que conviven en
el territorio y en nuestro pensamiento. Tenemos muchos relatos y canciones que
cuentan la manera en que conocemos y entendemos el nuestro universo".
El vigoroso sentido de la espiritualidad de las comunidades negras está ligado a un conjunto de creencias desde las cuales interpretan el mundo. Para ellas, los seres humanos y la naturaleza forman una unidad en las que están presentes diversas fuerzas sobrenaturales. Ese todo está pleno de energías divinas y humanas que son “cosa de Dios” o “cosa del diablo”, y todo está interrelacionado. La relectura o “refuncionalización” de las dinámicas de los santos es una de las principales características que identifican la espiritualidad y religiosidad de las comunidades negras del litoral Pacífico.
La labor evangelizadora de la Iglesia, y el sincretismo de la espiritualidad heredada de los ancestros africanos[2] se puede reflejar en la estructura de jerarquías y corresponsabilidades, (ver gráfica) que se ha interiorizado en la espiritualidad y el fervor de quienes profesan la religión católica, que –aun cuando en tiempos recientes ha surgido la influencia de nuevas iglesias- sigue siendo mayoritaria. La catequización, al mezclarse con la ancestralidad religiosa portada por los primeros grupos de esclavizados tendió un puente de comunicación intercultural entre el cristianismo y las religiones africanas, en la cual emergieron algunos elementos simbólicos que permitieron establecer contacto entre los dos mundos: el africano y el occidental. Hay una simbología recóndita que recubre y colma de sentido las imágenes sagradas de la iglesia católica.
San Francisco de Asís, patrono de
los habitantes del Chocó, y quien fuera proclamado por Juan Pablo II como
Patrono de la Ecología, por su amor a la naturaleza y a todas las “criaturas”
es el referente de ese encuentro y coincidencias entre dos formas de
espiritualidad para interactuar con la naturaleza. San Francisco[3]
llamaba a los animales, al fuego y al agua, hermanos y hermanas, pues todos
ellos provienen de la misma fuente y, por tanto, en cierto sentido, todos son
miembros de una familia; pensamiento que está muy identificado con el principio
fundamental de la naturaleza de los pueblos afros, en la noción del respeto
auténtico y pleno por la integridad de la naturaleza.
Este encuentro de espiritualidades concibe un mundo conformado por tres niveles: el mundo de lo alto (del cielo o de lo divino); el del centro (terrenal), donde se ubican los seres humanos; y el de lo bajo, de la maldad y de la oscuridad, donde se ubica el infierno, donde van los espíritus condenados, donde habita el demonio. Cada uno de estos mundos cumple con una tarea en particular, pero no se encuentran aislados sino interconectados e interrelacionados entre sí. En la vida cotidiana, en el manejo y las relaciones con la naturaleza, su espiritualidad se refleja en el vínculo que se entrelaza con su territorio de vida, en donde lo sagrado y lo profano, su mundo y otros mundos, forman parte de una integralidad en la que el hombre y la mujer afro se encuentran inmersos en correlación y dependencia con el ambiente y con el mundo de lo divino o sagrado, es decir, una espiritualidad que se constituye en el eje fundamental sobre el cual se entretejen todos los actos de su vida, en el bosque cuando van a cortar madera o a cazar, en la playa del río cuando van a pescar o a trabajar en las minas, en la finca cuando van a sembrar o a cosechar. Cada actividad requiere de un permiso y un ritual, y de un agradecimiento a la Madre Tierra por ofrecer y otorgar los bienes para la vida.
Las relaciones entre la naturaleza, la sociedad y el espíritu (ser), se configuran desde una perspectiva étnica propia manifestada como sentipensamiento y esencia de vida. Desde esta perspectiva existe una compleja, pero a la vez estrecha, relación entre la espiritualidad, el territorio y sus conocimientos, como pueden ser, por ejemplo, sistemas de manejo del bosque, las explicaciones e interpretaciones de los fenómenos naturales, las prácticas medicinales, sus fiestas y celebraciones religiosas ligadas a épocas de siembra y cosecha, de subienda, de recolección…
La importancia que tienen los
seres vivos, no como organismos aislados entre sí, sino en conexiones y
relacionamientos complejos y simbólicos, orientan su forma de relacionarse con
la naturaleza. El espíritu de los bosques, el espíritu de las aguas, el
espíritu del jaguar, son símbolos de una ética de la vida, del cuidado
expresado en actitudes, valores y prácticas respetuosas, responsables que
buscan preservar la esencia de la selva húmeda tropical, la armonía con sus
territorios de vida.
“Nuestro planeta es un ser vivo,
sensible, es nuestra casa, es un cuerpo celeste que viaja y vive en el cosmos,
que son todas las estrellas que vemos en las noches despejadas. La tierra es
hija del sol y da vueltas a su alrededor. El sol tiene otros hijos que son los
hermanos de la tierra, y allá en ese espacio infinito están las almas de
nuestros ancestros y nuestros dioses, que nos protegen siempre y cuando les
demostremos lealtad y les hagamos ofrendas de agradecimiento”
La espiritualidad Afro de los
pueblos del pacífico colombiano, se ha construido desde una opción de
reafirmación cultural y/o respuesta a episodios históricos de sometimiento,
esclavización, adoctrinamiento, evangelización, exclusión y satanización de
ritos y rituales heredados de las culturas africanas y reproducidas en América
en condición de esclavitud. Es un proceso de resistencia para dignificar y
resignificarse como identidades propias de alto valor y representación en los
pueblos afro del Pacífico Colombiano.
La tradición oral, donde los
poseedores del conocimiento, los dueños de la palabra, generalmente los
mayores, en ámbitos rituales como en noches de luna, transmiten sus saberes,
con humor e imaginación, los avisos, los secretos o rezos, que son para
establecer o asegurar armonía con la naturaleza y controlar las energías
humanas y divinas del entorno. Estos saberes son el patrimonio que permite que
la esencia de la espiritualidad permanezca, ahí están las huellas de la
africanía como parte de los hábitos sumergidos en el subconsciente e
inconsciente que fortalecen la identidad, la cohesión y la pertenencia de la
colectividad. En las balsadas, las comparsas, los gualíes, las fiestas patronales, las cumbanchas y las chirimías se
refleja la identidad y la espiritualidad con carácter de melancólica
festividad.
El Código de Régimen Interno de
una comunidad negra y su territorio colectivo reafirma la importancia de los
espacios físicos y simbólicos de la vida y ancestralidad en el territorio, y
respecto a las autoridades tradicionales en el territorio expresa: “Reconocemos, validamos y colectivamente
recuperamos los conocimientos ancestrales que en nuestro territorio nos han
permitido, con base en nuestros recursos espirituales y ambientales, sanar las
enfermedades de nuestros cuerpos y nuestras almas”.
El cumplimiento de las normas
está íntimamente ligado con el respeto a la naturaleza, por ejemplo, con el
manejo de la tierra para cultivar: “La
tierra se calienta, cuando la tierra está cansada tenemos diferentes lotes y
los rotamos para el trabajo. Después de un tiempo notamos que la tierra ha
construido unas hojarasquitas, que se producen cuando los árboles se van
degradando. Entonces es que la tierra se abonó y ya está lista para volver a
cosechar”
[1] Los secretos son invocaciones que
reflejan el poder del legado africano en la medida que por medio de estas
invocaciones los afrodescendientes se comunican con sus deidades sin intermediarios.
[2] Aun cuando han pasado siglos desde
su llegada a América, los principios culturales de génesis africana han sido
(re)desarrollados y (re)interpretados en el nuevo mundo, en confluencia con
conocimientos asimilados en coexistencia con otros grupos sociales (Emberas y
colonizadores españoles).
[3] San Francisco de Asís expresa poéticamente su visión de la creación en su “Cántico al Hermano Sol”, escrito en 1226.
MARIO ESPINOSA COBALEDA - 2024
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