ALGORITMOS DE CIUDAD
Acodado en montes que ayer
fueron ciudades
Polifemo bosteza.
Octavio Paz, “Himno entre
las ruinas”.
La ciudad, ese maravilloso invento de la humanidad, magia que nos permite
interactuar y establecer códigos para regularnos, es una concepción mental para
que sin conocerse, (o saber de su existencia, eso creemos) los “Homo Sapiens” hayan erigido centros urbanos en los cinco
continentes. Cuzco, Machu Picchu, Petén, Uxmal, Oxkintok, Teotihuacán, Teyuna,
Bacatá, Babel, Ur, Babilonia, Petra, Luxor, Alejandría, Zanzíbar, Mombasa, Damasco, Sidón, Samarkanda….. Tebas, Mitilene,
Qubala….. son tan solo algunas de las ciudades más antiguas y evocadoras del
planeta; su fascinante historia nos puede llevar a hacer viajes maravillosos en
el tiempo. Las huellas de su arquitectura, la reconstrucción de la vida
cotidiana de sus pobladores, su simbolismo político, religioso, cultural nos
invita a admirar la inspiración de sus gestores, de quienes adoptaron esa
concepción de sedentarismo que propició el que los hombres se agruparan para
convivir y concebir la noción de futuro.
Vivir en comunidad, establecer sociedades, crear vínculos, espacios
públicos, vías y corredores, escenarios culturales, de recreación e intercambios,
mercados, normas sociales, escalas de poder, autoridad y gobierno, acceso al
agua, entre otros, implicó la aceptación de normas, derechos y deberes; a
partir de ahí se erige la categoría que se sintetiza en una palabra magistral:
CIUDADANO.
Tal vez uno de los más bellos libros que ha llegado a mis manos se titula
“La Enciclopedia de las cosas que nunca existieron”. Este recorrido maravilloso
por la fantasía nos lleva a soñar con las ciudades de las Mil y Una Noches,
viajar hacia la Atlántida, intentar escalar la ciudad amurallada de Camelot,
pasear por la calle principal de la ciudad matriarcal de Kor, embriagarnos
hasta la hilaridad en Vinolandia, hacer expediciones en busca de las ciudades
de El Dorado, o las desconocidas que en sus viajes visitó Marco Polo, o como
Tomas Moro, imaginar la capital de Utopía, en donde habitaba una sociedad
ideal, pero imaginaria.
El cine, las artes y la literatura están repletos de referentes y obras que
miran a la ciudad como un animal de mil ojos, como si cada calle, habitante o bombilla
fuera una estrella indescriptible y única de esa gran galaxia que se refleja en
la noche, en la bóveda celeste de una dimensión que apenas intuimos en su fase
más incipiente. Cada uno de nosotros podría hacer una antología de sus mejores
lecturas y referentes sobre las ciudades, ya sea imaginadas o reales, de
paisajes urbanos, de ciudades de viajeros, de míticos lugares, de evocadores y
abigarrados bazares, o de cicatrices que
deja el tiempo en las preciosas ruinas de palacetes y olvidados recovecos. O,
porqué, no, viajar a las ciudades de los superhéroes: Ciudad Gótica, Metrópolis, o Springfield.
Italo Calvino, en su libro “Las Ciudades Invisibles” que son sus ciudades
inventadas nos hace una poética reflexión sobre la ciudad y la memoria, la ciudad
y el deseo, las ciudades y sus nombres, las ciudades y los muertos, las
ciudades y el cielo, las ciudades escondidas…. Estas ciudades, todas con nombre
de mujer, como Diomira, ciudad con setenta cúpulas, Anastasia, una ciudad
bañada por canales concéntricos, Octavia, la ciudad telaraña, Eudoxia, ciudad
de callejones sin salida, Moriana, con sus puertas de alabastro, transparentes
a la luz del sol, Clarisa, con su historia atormentada.
Este amor a la historia de las ciudades lleva inevitablemente a la pregunta:
¿Qué es hoy la ciudad para nosotros? Este interrogante abre un amplio abanico
de inquietudes sobre la complejidad de las megalópolis, sobre las transformaciones e
incongruencias entre la cuidad soñada, la ciudad planeada y la ciudad real; los
inframundos y los suburbios, sobre la migración y las identidades. Cuáles son
las travesías e imaginarios urbanos para viajar por los vericuetos y las playas
de concreto. Cuáles y cómo enfrentamos los miedos en esquinas desconocidas, el peligro que acecha con las sombras, o
paranoia que producen la velocidad, la muchedumbre y el delito.
Néstor García Canclini nos habla de automovilistas y peatones como “dos
bandos enemigos” de los territorios que trascienden los entornos habituales y
en donde se experimenta “que la urbe sigue más allá” donde se evidencia el
desconcierto ante lo inabarcable e incomprensible. Por lo menos las ciudades
latinoamericanas, entre ellas las colombianas libran una feroz contraposición
entre la promoción de sus “imágenes amigables”, frente a los imaginarios
soportados en recurrentes hechos traumáticos de violencias, exclusión,
polarización, pobreza y miedo, de congestión, desorden y tumultos. De ahí que
atravesar las ciudades pueda ser considerada casi una proeza.
Bueno, ¿y las ciudades sostenibles? Es evidente la percepción de la ciudad
como una trampa en la que muchos de sus habitantes marginales intentan
sobrevivir; Bogotá es una de ellas. Hay impactos ambientales que se suman a
todos los factores de riesgo y salud de sus habitantes; aún con la calidad del
aire que respiramos, nos oponemos a los esfuerzos por disminuir la huella del
carbono, a entender que el cambio climático es una realidad que se evidencia en
las catástrofes que vivimos en las prolongadas épocas de sequía o lluvias. En
una ciudad donde ni siquiera sabemos el nombre de nuestros vecinos, se hace
necesaria con urgencia transformar los hábitos de vivir, de volver a humanizar
la ciudad, descentralizar la cotidianidad, para evitar los extenuantes viajes
en procura de trabajo o servicios, algo así como el principio de Blas Pascal,
en donde “el centro esté en todas partes y la circunferencia no exista”.
Con las evidencias contundentes que se nos presentan debemos asumir que la
transición minero energética es nuestra obligación con el futuro de nuestra
especie, que el cambio climático sí es una amenaza real para provocar la
extinción de la humanidad, que las energías alternativas son el camino, así
sean en principio, financiadas con recursos de las explotaciones del petróleo.
Se podría avanzar con sensatez y prudencia buscando transiciones ordenadas y
planeadas para hacer mejores hábitats. Sin embargo, ello solo será posible si
cada uno de nosotros, como ciudadanos y pasajeros urbanos, ejercemos la
ciudadanía de manera consciente y coherente, Solo así podríamos enfrentar la
incertidumbre del caos que avanza y de una gobernabilidad en crisis, pues,
aunque el urbanismo puede hacer las ciudades más amables y acogedoras, la
ciudad es la gente y sus actitudes y amor (o indolencia) hacia ella.
De ahí la importancia de las políticas y acciones artísticas, culturales,
pedagógicas en la formación de ciudadanos y ciudadanas, con pleno conocimiento
de sus derechos y deberes… tal como ocurría en Atenas o en las ciudades
imperiales de la China, o como sucede en algunas ciudades del viejo continente.
Porque como decía el poeta Constatin Kavafis:
“No encontrarás otro país ni otras playas
Adonde vayas la ciudad te seguirá
En las mismas calles vagarás
Y en los mismos barrios y suburbios envejecerás”.