“Desde cuando Pacoré transmitió el
conocimiento sobre el manejo y el uso del bosque, aconsejó a su primer alumno
Jaibaná yerbatero para que le ayudara a la gente, hiciera el bien y enseñara
dicho conocimiento a la gente que tuviera buen corazón y voluntad para servir a
su pueblo… Los Embera aprendieron cosas de los animales, los árboles, las
plantas, los cogollos, los animales, tienen muchas funciones y destinos, por
ello el espacio donde se desarrolla nuestra espiritualidad y nuestro
conocimiento es el territorio, en su articulación permanente con todo lo que
hay en él”.
Alberto Achito
En el pensamiento de los pueblos
ancestrales todo lo contenido en el universo
-tierra, astros, fenómenos atmosféricos, animales, plantas y minerales- tienen
un origen común y son parte de una misma familia. No hay línea divisoria entre
el hombre y los demás elementos de la naturaleza; sin embargo, estos últimos
están sujetos al hombre con la condición de que este cumpla su parte de
compromiso: hacerles ofrendas, pedirles permiso y respetar sus derechos.
Para los pueblos ancestrales el
territorio es la fuente de la vida, lo constituye el espacio de origen de la
vida, de la gente, de las plantas, de los animales, el agua, el viento, el día
y la noche. Es el espacio vital, parte de su historia y el espacio donde se
unen la cultura y el conocimiento.
El “Canto del Jai”
El agua y la tierra son una
unidad esencial, el barro es la unidad entre la tierra y el agua. El Jaibaná
encarna la condición de pleno equilibrio entre el agua, la selva y el hombre, y
a ella debe su poder. De ahí su importancia en la armonización de la
espiritualidad con la naturaleza y sus designios en la orientación de los
principios que rigen la relación de los pueblos ancestrales con la selva y los
ríos. Esa autoridad espiritual es la que puede mantener el orden para el manejo
de los territorios, en sus relatos están cifrados los elementos de cohesión y
de estructuración del pensamiento, pues, como ejemplo, según sus relatos, “la
gran culebra se transforma en arco iris cubriéndose con una corona de plumas de
pájaros de colores.”
La
espiritualidad de los Jaibanás, hombres de conocimiento, que abarcaba los
dominios que llegaban hasta el nivel cósmico, el poder sobre los fenómenos
naturales, los animales, la curación de la tierra, actividad propiciatoria de
la agricultura, era el soporte principal de un pensamiento del profundo respeto
sobre el entorno, pues los Jaibanás “son las almas de los muertos que han
encarnado de nuevo en animales de diversa especie”. El Jai es la esencia de las
cosas, considerada como algo vital, es el dueño de los espíritus de los
animales relacionados con la enfermedad y la muerte, espíritus del aire, el
agua y el monte, es la máxima autoridad espiritual y reafirma su papel
definitivo en el control y manejo del medio ambiente, en la regulación de los
ciclos de cacería y de pesca, en el tamaño de la población humana, para asegurar
la continuidad de las especies animales…
Los
lugares principales del diario acontecer, selva (tierra) y río, así como el
mundo subterráneo y el cielo, aparecen diferenciados y caracterizados, pero el
movimiento que los une en su diferencia, los hace parte de una unidad de lo
múltiple, como unidad de lo diverso.
“Si aceptamos que ese territorio es parte nuestra, y nosotros parte de la
selva, hay abundancia, salud, fortaleza espiritual. Podemos convivir en armonía
entre los dos mundos. La selva alimenta nuestro espíritu, el cuerpo físico y el
territorio que habitamos”.
Diana Quigua
Para
los grupos los pueblos indígenas del Pacífico los saberes ancestrales
constituyen un sistema de prácticas, costumbres, informaciones, usos y
tradiciones de vida que determinan su existencia. Su cosmovisión es la fuente
principal inspiradora de principios y valores éticos que pueden asegurar
prácticas sostenibles y convivencia armónica con la naturaleza. Los saberes ancestrales ambientales se
entienden como un "sistema complejo de
conocimiento-práctica-creencia". En el caso de los Eperara K’Inisia waibua
(pensamiento grande), es el que lleva a la fusión de todas las fuerzas y
energías de la comunidad, la defensa de la vida, de todas las formas de vida,
del respeto,
Los
Embera, Katío, Chamí, Wounaan y Tule han habitado las selvas del Pacífico
durante milenios, sus referentes de la espiritualidad, principios y sentires,
con seguridad, también están presentes en el alma de otros pueblos, como los
Eperara Siapidara, que habitan esta franja selvática del país. Los Emberá son
“gente de río” y “gente de montaña”, en los tambos ombligan su espiritualidad
como soporte para hacer mención a la vida, a la cultura y a su relación con la
naturaleza, a través de todos y cada uno de los elementos que conforman la
selva. Existe una asociación fundamental entre la flora y la fauna, desde el
pensamiento mítico, como una forma de entender el funcionamiento de los
ecosistemas, y también desde la geografía mítica representada en algunos lugares
por la fauna sobrenatural, íntimamente ligada con las especies naturales, aporta
elementos importantes para el conocimiento y comprensión de sus territorios
como Espacios de Vida.
Aunque
su proceso de aculturación no es uniforme, sus habitantes y sus territorios han
sido golpeados por la ignominia, el saqueo de los bosques y el abandono, sus
elementos culturales han sufrido grandes transformaciones, especialmente en el
vestido y aspecto personal, en los rituales, la cosecha y la recolección, en la
transmisión del conocimiento médico y botánico, en la autoridad y el rol de los
Jaibanás. Aun cuando llegan cambios sustanciales en el gobierno de las
territorialidades, como los cabildos, hay un orden preexistente y unos sistemas
de regulación propios de los pueblos: Todo cambio es un pacto de permanencia,
tiene que identificar lo que va a permanecer, porque, de lo contrario, solo
genera resistencia.
“Si bien el impacto ambiental del nuevo uso
que se hace de la selva húmeda en los territorios indígenas, constituye en una
verdadera hecatombe, no lo es menos en lo que sucede en el orden social y
cultural. A los sistemas de producción que generaban seguridad alimentaria, les
sucede el modelo dependiente de mercados externos, al ideal de ordenamiento del
territorio desde la propia visión cultural, le sucede la imposición ejercida
por actores externos. La colonización y la utilización de los territorios para
cultivos ilícitos ha generado un espectro amplio de prácticas ilegales, al
igual que la economía extractiva y los agro negocios como el establecimiento de
cultivos de palma aceitera.
La
llegada de la religión católica acentuada por la valoración del dios católico
como el único, ha limitado la concepción y la función de los Jaibanás al de la
condición de curanderos. Este cambio de concepción religiosa también limita el
conocimiento y la relación de espiritualidad con el territorio y con el uso y
manejo de los recursos naturales. La transformación acelerada del pensamiento
indígena sobre su territorio, no ha impedido, sin embargo, que se sostenga aún
sobre elementos que la tradición y sus mitos revalúan y evolucionan. Desde
tiempos ancestrales hasta el presente, los fundamentos espirituales son
orientados por los mayores y líderes religiosos que son hombres o mujeres de
edad avanzada, de buen corazón, que enseñan mediante consejos para vivir en
armonía y la práctica de las rogativas, que son rituales con cantos y danzas
para librar a las comunidades de males o acciones dañinas en sus territorios.
Es
evidente que la valoración del paisaje regional por parte de la sociedad
occidental no es compartida plenamente por las culturas afro indígenas y es,
principalmente por la noción de espiritualidad, de memoria y herencia que pervive
en su pensamiento y en su concepción de territorio colectivo para la vida.
Estas apreciaciones ameritan que cada acción que incida en los ecosistemas,
deba contemplar necesariamente la espiritualidad de sus pueblos como valor y
principio. Alguien me decía que los mapas primero se elaboran en la mente,
antes de dibujarlos en el papel. El desarrollo va más allá de la
infraestructura, el desarrollo humano implica una revolución del pensamiento (volver
la vista atrás, reforestar la ética ambiental) para entender que el futuro debe
estar cimentado sobre el cuidado de la casa común, pues como sostuvo el Padre
Stephen Rist: “Un “desarrollo orientado
al contorno exterior, y sin relación con el mundo interior, de tipo
espiritual, a fin de cuentas, carece no más de sentido…”
Entre
las dos vertientes de pensamiento, la del pueblo negro y los pueblos indígenas
existen vasos comunicantes, principios que se superponen y coinciden. Hay
axiomas definitorios del pensamiento como pueden ser: “Todo lo que existe en el universo está conectado por un hilo
espiritual, la fuerza vital no existiría sin esa conexión con la naturaleza”.
Coinciden
también al expresar que “Todos somos
naturaleza, no importan nuestras creencias”. Así, van tejiendo el
pensamiento, en el sentido en que disponen del tiempo y la voluntad para sentarse a pensar, pues nuestros cuerpos
son simplemente un caparazón material, que sustenta la esencia del espíritu y
de la misión a cumplir en el paso por la vida. Siendo así, el cuidado de la
naturaleza es un acto de amor propio.
Todo
conocimiento debe reflejarse y aportar a la realización de acciones concretas;
en esa valoración de sentimientos y relaciones, la Paz Total es lograr la
armonía y el equilibrio, y esto implica necesariamente, “entender otras formas de entender”. La espiritualidad en el
relacionamiento con la naturaleza se convierte así en un EJERCICIO DE
RESISTENCIA.
“CADA VISIÓN DEL MUNDO QUE SE EXTINGUE,
CADA CULTURA QUE DESAPARECE, DISMINUYE NUESTRAS PROBABILIDADES DE VIDA”
Octavio Paz
MARIO ESPINOSA COBALEDA
– 2024