jueves, 15 de septiembre de 2022

 

DE GAZAPOS, MALENTENDIDOS Y EQUIVOCACIONES

La importancia de la literatura en el lenguaje hablado

 

Estamos convencido de lo fácil que es hablar y exponer ideas, pensamientos, conceptos. Sin embargo, estamos muy lejos de hacerlo bien, cada día nos enteramos de los múltiples errores, contradicciones y desaciertos que cometen figuras públicas al expresarse. Sí, equivocarse es de humanos… hablar a estas alturas de la Unión Soviética, confundir astronomía con astrología, a Hitler con Einstein, escuchar los desafueros y el maltrato al lenguaje de mandatarios de Venezuela y Colombia, -así lo querí-, no es algo esporádico, hace parte de la forma en que hablamos en la cotidianidad.

Las formas de hablar en la actualidad implican el uso un lenguaje mínimo, que además se complementa con emoticones, asteriscos, palabras básicas y abreviaturas codificadas de acuerdo a los guettos donde deambulan. De ahí que las muletillas “o sea”, “cómo le digo”, “obvio” se hayan normalizado en el hablar. Los canales de comunicación virtual como el Twitter se hacen con mensajes cortos, que en la mayoría de los casos son de reacción inmediata, viscerales, realizados más con la pasión de querer decir algo, que con el juicio y la prudencia que correspondería a enviar mensajes lúcidos y edificantes.

Los medios de comunicación están saturados de informaciones incorrectas; de aclaraciones, de excusas por haber sido malinterpretados, aducir que las palabras fueron sacadas de contexto. Personajes obligados a retractarse, a corregir lo dicho, sencillamente porque no saben construir oraciones para manifestar lo que quieren transmitir y, por supuesto, caen en un lenguaje cantinflesco y chabacano. De alguna manera la oralidad implica un complejo ejercicio mental para moldear el pensamiento, esa magia de la palabra dicha, que se acompaña con gestos, con actitudes, con pausas, tonos de voz, con silencios.

Como lo enuncia Álex Grijelmo en su excelente texto “La seducción de las palabras”, “Nada podrá medir el poder que oculta una palabra”, de ahí que los grandes escritores se han esmerado en buscar el término exacto, la figura gramatical, la precisión en medio de la exuberante riqueza de nuestro lenguaje. No se necesita que hablemos con lenguaje poético, tampoco que nuestra oralidad esté saturada de metáforas, hipérboles, retruécanos, oximorones, o calambures, mucho menos que hayamos aprendido la gramática de memoria. El lenguaje escrito permite precisamente la reflexión, el corregir, el pulir una frase, darse el tiempo necesario para darle el ritmo y el espacio necesario a las palabras.

El léxico y el buen uso del idioma, usualmente, no se transmite en la oralidad. Permanece en el arcano maravilloso de la literatura. Las palabras plasmadas en el papel nos llevan a viajar por universos nunca imaginados, nos invitan a fantasear, a soñar, a recorrer geografías y lugares ignotos o que tal vez nunca han existido, a conocer y desnudar nuestras virtudes y nuestros más recóndita y sórdida naturaleza. Y ese contacto con la buena lectura, generalmente simbolizada en los libros, nos amplía el espectro del conocimiento, pues la literatura es casi la puerta principal a la entrada al reino de la cultura general, de ese conocimiento que tal vez nos puede parecer innecesario, porque no es rentable económicamente y, sin embargo, para nuestro deleite, nos permite navegar en los sinuosos caminos del arte, de la poesía, del buen cine, de la gran música, del trasegar de la historia y el milagro de la naturaleza, o  del fascinante mundo de las artes escénicas.

De una forma casi inconsciente nos familiarizamos con estas formas expresivas y ello se refleja en la forma en que nos expresamos; de ahí que la ausencia o el poco interés por la literatura se vea reflejado en estos personajes que pululan en los escenarios políticos y de una farándula que cree que la fama efímera que les otorgan los medios y la publicidad, es suficiente para trascender. El contacto a la literatura y a los buenos textos es un admirable ingrediente para que de manera inconsciente y espontánea podamos elaborar mejores formas expresivas.

Tal vez como lo decía algún querido personaje cuando se desaparecía por algún tiempo y respondía a nuestra pregunta por su ausencia: “¡Estaba en la cárcel, es que estuve guardado, fue por un malentendido!!”. Hay muchos conflictos y situaciones complejas que se originan precisamente por nuestra ligereza al hablar. Si se quiere avanzar en la construcción de una mejor sociedad, en donde sea posible la convivencia, deberíamos empezar por mejorar el manejo de la expresión oral, y en ello nuestros gobernantes y políticos podrían apoyar dando ejemplo. En alguna candidatura presidencial, una forma de menospreciar al contendor era llamándolo profesor; con este tipo de actitudes queda manifiesto en el imaginario de la sociedad, que el saber y el conocimiento no son trascendentales ni fundamento en la construcción de una mejor ciudadanía. Estamos en el tiempo de dejar atrás estos absurdos postulados, y que la tan ansiada Paz Total venga también con una tregua y unas mejores formas de expresión, esto seguramente enriquecerá los debates y generará espacios dignos para la contradicción y el respeto a la diferencia.



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