sábado, 1 de octubre de 2022

EL NIDO DE LAS OROPÉNDOLAS

Fotografía tomada de: canalllanero.blogspot.com



Viajar por múltiples geografías, construir nuestros propios mapas, tejer, como las oropéndolas, los nidos que albergan los paisajes que más hemos amado, atisbar desde las ventanillas del alma horizontes que se agarran de las nubes. Sí, la naturaleza nos lleva a la ensoñación, y también nos hace escudriñar en nuestras más íntimas sensaciones.

Hay paisajes sonoros, hay tapices primorosamente elaborados con aromas, hay otras formas de ver, que se sienten al recorrer con los dedos la espalda de la persona amada, o con dibujar con los ojos cerrados el mapa celeste de sus lunares y de sus meandros. 

El firmamento de las noches nos sumerge también en las entrañas de la tierra. ¿Cómo serán los diálogos de las raíces de los árboles en un manglar o en la tupida maraña de una confabulación selvática a orillas de un raudal? Tal vez se besarán, se abrazarán y no querrán soltarse, y serán contempladas con recelo por las lombrices y las hormigas, o por algún topo suspicaz. 

Un árbol es el universo entero haciéndole cosquillas al cielo, abriendo pródigamente sus ramas para darnos su abrigo y sombra. En su corteza pueden cohabitar millones de insectos y las orquídeas más coquetas. Allá, más arriba un mundo de hojas y carnosos frutos; su generosidad ofrece espléndido sustento a inquietos micos, a juguetones colibríes y refinadas guacamayas, a algún furtivo yaguarundí, a ellos, que solo agarran lo que necesitan… así es su razón de ser. 

Ahí, en ese hechizo pueden estar todas las lecciones que nuestra especie necesita. La soberanía alimentaria necesariamente debe estar acompañada de la soberanía de la ensoñación. Atisbar la posibilidad de la coexistencia armónica entre esa conflictiva dualidad de deseo y realidad; de alguna manera esto puede contribuir a aplacar la desigualdad como base de nuestro entorno social.

Así, como construyen sus nidos las oropéndolas, podemos entretejer sueños con pensamientos. Hacer ramilletes con nervaduras, pedirle permiso al árbol más querido, para dibujar con su savia cartografías de resistencia a la depredación ya la expoliación. La naturaleza es nuestro patrimonio, el agua, el aire que respiramos, son el derecho universal de todos los seres vivos; de ahí que los gobiernos deban encaminarse a priorizar el bien común, estructurando una política biocéntrica, que otorgue derechos a la naturaleza y propicie la descolonización y la interculturalidad. Las personas que elegimos para que dirijan nuestros destinos, tienen que, ante todo, tener la ternura de observar un crepúsculo con arreboles, de maravillarse con los arpegios de las aves, de agradecer a la Pacha Mama cuando nos entrega el jugo de una fruta silvestre, y de ver a los labriegos y campesinos, hombres y mujeres, sembrando en sus propias parcelas.

Por allá en el año 81, nuestro premio Nobel García Márquez escribió una crónica periodística que tituló: “El campo, ese horrible lugar donde las gallinas se pasean crudas”, y en donde hacía una crítica sobre la indiferencia y el desdén con que los citadinos miramos el campo, que solo nos interesa para hacer turismo de fin de semana, y eso, llevando nuestros celulares. Es absurdo cuando inmersos a en la rivera de un río, preferimos navegar en las redes de los dispositivos, la paradoja del progreso nos impide ese disfrute. 

Las valiosas enseñanzas de los pueblos indígenas, de las comunidades negras, de los campesinos, que son nuestros ancestros, de los Quijotes ambientalistas, perseguidos por ser las voces de los animales y las plantas, por traducir lo que las cascadas y las ciénagas nos quieren decir, por darle volumen a las voces del viento, merecen una caja de resonancia más grande, más efectiva, sobre todo entre los jóvenes y los niños. La labor no es dejarle un mejor planeta a nuestra descendencia; es dejarle unos mejores hijos al planeta, mucho más sensibles, más respetuosos. Esas luchas y enseñanzas deben ser el tronco fundamental de la Política de la Vida, de la noción del Buen Vivir. Ese es el mejor homenaje que se le puede entregar a quienes han sido sacrificados por defender la tierra, su legado no puede pasar desapercibido y sus victimarios no deben quedar en la impunidad. 

Vivir sabroso implica deconstruir imaginarios y resignificar la noción de bienestar, es recuperar los placeres perdidos, es también la posibilidad de imaginar futuros paraísos. Son razones suficientemente válidas para frenar la destrucción de la amazonia, la depredación de los bosques, la minería hecha de forma irresponsable, la explotación hidrocarburos, el aprovechamiento del agua para los agronegocios y los transgénicos. Vivir sabroso es recuperar la belleza de los girasoles de Van Gogh, las semillas de maíz de las abuelas, es romper con la dependencia de la comida industrial, y eso lo posibilita el recuperar la soberanía alimentaria, repoblar los ríos de peces y, como el nido de la oropéndola, tejer para engendrar y posibilitar la continuidad del ciclo de la vida en, como dicen en el pueblo Sikuani: “Ale-Kumá”, que significa paz y armonía.

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