lunes, 10 de octubre de 2022

 ROSEMBERG SANDOVAL 

EL COMPROMISO DE UNA OBRA ABSOLUTAMENTE SINGULAR

En un país de masacres, de permanentes violaciones a los derechos humanos, de despojos y exclusiones, la obra de Rosemberg Sandoval adquiere la profunda validez de la denuncia. Es una insurgencia lúcida, brillante y consecuente. Cada obra, performance o manifestación, obedece ante todo a un profundo ejercicio de reflexión, a la concepción de atmósferas que contagian, que, incluso molestan y cuestionan al espectador, derrotan lo anodino, levantan vendas y mordazas y quieren impedir la amnesia y el olvido. La anarquía consecuente de sus intervenciones es también una autoflagelación y una inmersión en la soledad y la desilusión. La frase inicial, es determinante y contundente… Si hay algo que ha marcado la existencia de las últimas generaciones de nuestro país es el miedo, y el gran fracaso del Estado es haberlo propiciado, incrementado y tolerado.



Rosemberg Sandoval es un artista que ha elaborado un pensamiento coherente y consecuente.
Con valor y profunda honestidad construyó su propia identidad plástica, l – “Produzco arte para nadie en un país sin Estado y con mucho miedo” para dejar su huella y demarcar su camino. En su búsqueda va elaborando símbolos, que, pueden ser artificios con los cuales define las categorías de sus mensajes, en los que expresa su cruda y certera visión de una época en la que se deterioran aún más unos entornos físicos y se erigen como pilares de dominación unas catastróficas premisas de pensamiento. Definir su estilo es de por sí complejo por las características de su obra, aunque pudiéramos hablar de lo que él mismo reconoce como sus influencias, lo evidente es que aflora una concepción de acciones corporales irreverente, subversiva, al margen de cánones estéticos que han construido un imaginario del “buen gusto”, que aleja de la crítica, de la reflexión y de la posibilidad de ver el arte con ojos que atraviesen los telones de la banalidad. Sus perfomances golpean desde el silencio de una voz única y sus corporalidades expresan de alguna manera el poder de lo marginal.

Su conmovedora obra tiene la inusual característica de no utilizar los elementos convencionales de los artistas plásticos. Despojos, restos de atentados terroristas, botas militares, cabellos, sangre, alambres de púas, cadáveres, morgues, desechos quirúrgicos, cartografías del conflicto, envases, efluvios, son instrumentos con los que expresa su desencanto e inconformidad sobre la fatalidad del destino de los desposeídos y las víctimas de una sociedad enferma. Es una obra que huele a guerras, que quiere sacudir al espectador, que evidencia las profundas fracturas sociales y contradice la paradoja oficial de unos mensajes de inclusión que en la práctica no se vislumbran.

Rosemberg se manifiesta desde la carencia, desde la limitación incluso. La precariedad se convierte en un atributo que incrementa la significatividad de sus acciones, cuando construye un “Childen´s room” (Ver página 66) con alambres de púas pintados de rosado, una hamaca con envases plásticos desechados, o escribe un mensaje utilizando como lienzo una tela que se empleó en el techo de un cambuche de personas desplazadas por el conflicto, o cuando en el perfomance “Baby Street” (Ver página 77), desde su impecable traje blanco asume la limpieza de un indigente como gesto de perdón y de rechazo a su exclusión y maltrato. El mugre, la mancha y los residuos, se convierten así en elementos inherentes en su actitud artística.

Y sin embargo en todo ello existe la ternura, es algo así como una intimidad que plantea que hasta en las situaciones más trágicas, las acciones humanas encierran poesía y permiten soñar con una desgarradora esperanza, que evidencie la posibilidad de confrontar estigmas para contener a la barbarie. 

Él arranca costras con delicadeza de verdugo enamorado, penetra en submundos donde habita la sordidez y el olor de la muerte está latente y se percibe en cada uno de sus resquicios. Rosemberg asume que este país se construye–destruye– construye, teniendo como principal referente la violencia, es algo así como un Uróboro, o la serpiente que se devora así misma y vive renaciendo, en una espiral de muerte y vida, y que esta violencia ante todo ha sido alimentada por la lucha por la tenencia de la tierra, por el dominio de territorios en donde el miedo, propiciado de una manera brutal y compulsiva, es la principal arma para doblegar a una inmensa e inerme población, víctima de las ansias de poder de quienes controlan sus destinos. La suya es una obra política que escarba ante todo territorialidades, que procura que el espectador haga una introspección sobre este país de excluidos, de marginales, de despojados, que recurra a la memoria que duele.

La cartografía del conflicto colombiano es un tema recurrente que avisa… esos mapas tallados a cuchillo (Ver páginas 116-118), las sábanas y las copias heliográficas intervenidas, las huellas del paso del tiempo recogidas con esmero, paciencia y primorosa ternura, en zonas y suburbios donde habitan los desterrados y los residuos humanos que van dejando las ciudades y el éxodo de los campos, hablan por sí solos de tragedias cotidianas, de intervenciones abusivas, de rupturas y masacres.

El Cauca, Chocó, Caquetá, el sector de Aguablanca en Cali, son referentes geográficos de la barbarie, de la reconfiguración de los mapas del poder, de la lumpenización y el aniquilamiento. La importancia y trascendentalidad de su obra radica en su audacia y originalidad para evidenciar lo políticamente incorrecto, las marcas de botas, fusiles y atentados, la crudeza y la indolencia de los victimarios, el sincretismo en el imaginario del conflicto, la inocencia desflorada.

Además de desplegar una actividad de docente y formador de jóvenes artistas con una visión crítica y contemporánea, Rosemberg Sandoval es una figura solitaria en el arte colombiano, que ha sido coherente y consecuente con su actitud provocadora, de disgusto frente a la infamia, de dolor y desaprobación ante el arte primordialmente comercial y avalado por el sistema, es un artífice que se mueve con absoluta libertad pisando vidrios, que avanza sobre campos minados, eludiendo el bienestar y la comodidad de acomodarse.

Estas características lo hacen así irrepetible desde su singularidad y también, quizás, inimitable, de ahí el lugar destacado que se ha ganado a pulso y con dignidad profunda en el escenario del arte colombiano actual. 

Mario Espinosa Cobaleda

 


Texto publicado originalmente en el libro: Rosemberg Sandoval, Obra 1980-2015, publicado por la Universidad del Valle. Cali, Colombia.








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