miércoles, 17 de junio de 2009

Gentes de río y selva llegan a Quibdó

Quienes habitamos en las grandes ciudades, lo poco que sabemos de los indígenas del Chocó, es gracias a las pocas noticias que salen en televisión, por la indígena que antes aparecía en algunos billetes, por las postales exóticas para turistas bobos donde una india tiene sus pechos al aire, por las historias esas sobre niños desnutridos y piojosos de allá de los tambos del las selvas del Pacífico. Tal vez muy pocas personas nos pueden explicar quien es un Jaibaná, o nos podrán contar la historia de la creación de Dachizeze, Genzera o Caragabi y la nación Embera. Sin embargo sabemos que diablos pasa con Ronaldo y Paris Milton, el Factor X, o el cumpleaños de Laura Acuña.

Es frecuente verlos alrededor de la plaza de mercado, en el malecón y en las calles de Quibdó. Se les reconoce por su forma de vestir, las mujeres utilizan parumas, que son unas faldas de llamativos colores, y sus collares de chaquiras, los hombres visten camisetas y pantalonetas de fútbol, algunos traen la cara y el cuerpo primorosamente pintados con jagua, y aunque la mayoría va descalza, también se ven chicos y chicas muy bien vestidos a la usanza occidental.

Muchos han llegado a quedarse aquí, traen su lengua, sus costumbres, sus creencias, sus valores y sus símbolos, e inician el camino para adaptarse a la cotidianidad de la ciudad. Naturalmente no todos han sido desplazados por la violencia, aunque si por la dificultad para tener acceso a buenas condiciones de salud, a una mejor vivienda, a servicios públicos, a la educación, pues algunos jóvenes llegan a estudiar, otros son directivos de las organizaciones indígenas del departamento y algunos –sobre todo los y las muchachas- piensan que es mejor estar en la ciudad, pues hay mejores oportunidades de recreación, de ampliar su horizonte del mundo, de progresar, de vivir.

Del medio millón de pobladores del departamento se estima que unos 40.000 son indígenas, de las étnias Embera y Wounaan, que viven a lo largo de los caños y ríos, principalmente en las partes altas de sus cauces. Viven en pequeños asentamientos dispersos y bajan a los centros poblados como Riosucio, Itsmina o Condoto a vender sus productos y artesanías -de guéguerre, sus canastos de bejuco, sus tallas en balso y cocobolo y sus collares de chaquiras-, a distraerse, a emborracharse, a hacer diligencias que tienen que ver con las administraciones de sus Cabildos y resguardos, y al mismo tiempo a denunciar los atropellos de los que son victimas, a denunciar las difíciles condiciones de salud en que viven, la ausencia de políticas del Estado para con sus mujeres, sus niños, sus mayores y sabedores.

Estas comunidades junto con los afrocolombianos han mantenido ancestralmente una buena, respetuosa y cordial relación, han compartido el territorio de una forma pacifica, ininterrumpida y transmitida de generación en generación; sin embargo también han sido amenazados y han tenido que salir de sus tierras por las múltiples amenazas que les han hecho, entre otros, los mineros que amparados en el poder de las armas de grupos así como rastrojos, los obligan a retirarse para poder explotar el oro a gran escala, por cultivadores de coca, o por terratenientes generalmente llegados de Antioquia o de Córdoba, no podemos olvidar que en esto también hay responsabilidad de las multinacionales de la minería o de las explotaciones de madera y palma africana, con complicidad de funcionarios de las corporaciones ambientales, de políticos, de la fuerza pública y del gobierno, con sus megaproyectos, canales, carreteras y represas.

Las gentes Emberas y Wounaan llegan a Quibdó, en sus lanchas por el río, caminan la ciudad, algunas veces intuyo que la disfrutan, se ven las familias enteras comprando “cacharro e blanco”, los hombres con una libreta y papeles debajo del brazo, andando de oficina en oficina, tratando muchas veces de que les entiendan su forma de hablar español, hacen sus gestiones, visitan su organizacion OREWA, y compran los insumos que llevarán en el viaje de regreso a sus comunidades: sal, cerveza, gaseosas, cigarrillos, jabón, gasolina, mercado de abarrotes, y sus mujeres e hijos marchando unos pasos atrás.

Estos guardianes de la selva y del río son también hermanos nuestros, son parte de la diferencia que nos identifica, con su forma de concebir el mundo de permanecer en él, con sus principios colectivos, tienen derecho a un mejor futuro, tienen el derecho a decidir de manera autónoma lo que quieren hacer en sus territorios y a participar en la toma de decisiones que los afecten. Seguramente el progreso tanto para ellos como para nosotros tiene elementos inmensamente atractivos y seductores, pero aún teniendo certeza del costo que tenemos que pagar por ello, sería más justo si utilizáramos el derecho a decidir y no que otros nos lo impongan por la fuerza.
Ojalá que ellos pudieran caminar por las calles de Quibdo, en son de paseo, o de sus actividades naturales, y que no los veamos deambular, desarraigados, “desombligados” desnutridos y alejados contra su voluntad de sus Wandras y Antumiás.

1 comentario:

  1. Cada palabra, cada historia, cada fotografía, solo puede traerme una profunda añoranza y una infinita tristeza...

    ResponderEliminar