miércoles, 10 de junio de 2009

Si ves negro de lo que te salvaste por estar en Quibdo?

Uno de los méritos del Internet, el celular y la televisión es que puedes enterarte de lo que esta ocurriendo en otras partes del país y del mundo; te mantienes conectado, recibes correos, ves TV por cable y, naturalmente deseas tener el don de la ubicuidad para disfrutar de las cosas agradables que pueden estar ocurriendo en otros lugares de la geografía.

Por ejemplo, siento un poco de nostalgia de no ver al Grupo de teatro Varasanta y su obra Kilele, en Bogotá; de no poder visitar las librerías o los bares que me gustan, o de no asistir a los conciertos de la orquesta Filarmónica, de los abrazos tiernos, de ver a mis amigos, a la familia e incluso a mi añorado Gaspar, pero me considero afortunado porque me he librado de la tentación de visitar los grandes centros comerciales, que parecen todos igualitos, con los mismos almacenes de marca, con sus empleaditas que se creen dos estratos mas arriba que los compradores, con sus bancas y faroles horrorosos que imitan las antiguas alamedas, esquinas o parquecillos.

Esos centros comerciales a donde no permiten que entren perros porque se orinan en los arbolitos de plástico o de vivero, que a la larga es lo mismo, donde solo los guachimanes tienen unos mastines que huelen todo porque todo les parece sospechoso, todos esos sitios que terminan en “Plaza”, en donde no se puede levantar la voz ni admiten indigentes y mucho menos gente pobre o personas en overol y casco porque afean el lugar. Aquí en Quibdó no hay escaleras eléctricas ni colas para comprar helados, y no he visto el primer almacén con Oulet o parqueadero subterráneo. Me he librado de las requisas al entrar en los sitios, de los detectores de armas, de las zonas libres de humo. Me he librado de no poder hablar con el conductor de la buseta y de las tarjetas plastificadas y de puntos. Me he librado de los autoservicios que por ahorrar uno o dos empleados nos ponen a cargar con la bandeja todo el negocio, me he librado de comer en platos de icopor, de las cucharitas de plástico, de las porciones adicionales y de la música ambiental.

Me he librado de las grandes superficies, los grandes almacenes que le pagan el mínimo a sus trabajadores y que se ahorran los empacadores inventándoles figuras de Fundaciones y no se que más. Me he librado de las góndolas atiborradas de productos, con chicas impulsadoras de mermeladas y sopas al instante que con cara de ansiedad esperan que uno compre lo que ellas promocionan. Me he librado de entregar recibos a la salida y de que si el puto paquete suena por algún código de barras mal jalado, corra uno el riesgo de que lo empeloten y reseñen. Me he librado de las promociones, de comprar chucherias inútiles, de las ofertas de aparatos de última tecnología.

Me he librado de las obras del alcalde en Bogotá, de ver puentes en construcción, de los trancones del Trasmilenio, de la paranoia y del afán; me he librado de los combos, de los kits, de las promociones puerta a puerta y de los predicadores.

Me he librado de encontrar tanta gente que defienda a Uribe. Qué lo van a defender, o a querer que lo reelijan, unos chocoafros que no tienen carreteras, que tienen los más altos niveles de desnutrición, mortalidad infantil, líneas de pobreza, corrupción y abandono? Qué lo van a defender si aquí no opera ni su tal seguridad democrática y permanentemente se vive la angustia de los petardos, los desplazamientos y la presión sobre las tierras ejercida por los señores de la palma?

Me he librado del lenguaje gomelo, de los niños bien, que siempre están inconformes con lo que tienen y que miran de reojo a los que ellos consideran que no son “gente bonita”. Me he librado de escuchar a toda hora las malas palabras e insultos que se volvieron normales en nuestra diaria forma de hablar.

Uff!!! Y también me he librado de los semáforos, los abusos de los taxistas, las zonas T, las zonas G, del despreciable “derecho de admisión”, de los edificios inteligentes, de los brutos que los cuidan, de la ciclovía y los aeróbicos…. De que le digan a uno “tipo”, de los Juan Valdés y de los Oma, de los almuerzos con payaso, de los vecinos a quienes incomoda la música, de las maquinitas dispensadoras de comida, de ver a las mujeres usando botas puntudas y diciendo marica…. me he librado de las cobijas cuatro tigres, de las encuestas y de las recolectadas de firmas….

Aún falta librarme del vallenato y de la tal balada pop, del periódico del Polo, de los huecos en las calles. No deseo librarme de las tentaciones aunque tenga que asumir las consecuencias, y sucumbir en sus brazos, y tampoco deseo librarme del cordón que me ombliga a Bogotá, aunque disfrute la placidez de las tardes cuando miro al río Atrato.

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