miércoles, 1 de julio de 2009

Cuando paso la yema de mis dedos por tu lomo me dan ganas de abrirte y con mis ojos saber qué delicias guardas para mí!!

A propósito de las tantas especulaciones sobre la muerte del libro, existen dos grandes especies devoradoras de libros: los lectores voraces y los gorgojos. En estos días he encontrado en la estantería de una escuela rural uno que me llamó la atención, el pobre viene sufriendo de muerte lenta…, sí, está perforado por cientos de orificios que le ha causado un ejército de gorgojos. Los laberintos que estos elaboran atraviesan caprichosamente las páginas, de forma que no existe ninguna igual, uno puede divertirse siguiendo la ruta de la colonia de minúsculos invasores, y tratando de completar o adivinar las palabras que se han comido, las fotografías que han penetrado, los dibujos que han complementado. Así, de esta forma las polillas y otros bichos habrán comido biblias, diccionarios, odas, novelas, biografías, textos escolares en desuso, poemarios olvidados, con todo de dedicatorias diluidas, mariposas y laminitas en su interior. Esa es una forma en que los libros mueren, se van desdibujando en el tiempo, al faltar sus progenitores caen en manos del olvido, de la desidia y el polvo. Esos son sus virus. Algunos libros murieron fumados, como esos de papel cebolla que llegaban de la China Comunista con los escritos de Mao y que fueron consumidos porque eran muy buenos para armar “varetos”. Cada biblioteca es personal, única e irrepetible, como nuestras vidas. Es muy doloroso empacar los libros en cajas de cartón cada vez que viajamos o nos mudamos de casa, ellos son compañía y parte de nuestro sufrimiento. No me resigno a estar en un espacio sin libros. Es una forma de conocer, de disfrutar, de crear, de plasmar opiniones, vivencias o de fantasear. Al libro se le doblan las páginas, lo podemos marcar, lo llevamos a donde quiera que vayamos y nos sentimos acompañados, les colocamos música, les ofrecemos una copa, los rayamos, los insultamos o hablamos con ellos. En muchas ocasiones una frase hace que se nos escurran las lágrimas; el placer de la lectura está ligado a un buen libro y a un apropiado entorno para hacerlo, a la soledad y también al disfrute de agradables compañías. A veces cuando terminamos la última página de un libro pensamos en una persona que quisiéramos, disfrutara también de su lectura. En el transcurso de mi vida me he rodeado de grandes amantes –de los libros-, empezando por mi padre, quien me llevó por primera vez a una Feria del Libro y me regaló un diccionario Larousse, me he rodeado de excelentes lectores -mis preferidos, porque además de serlo son exquisitos conversadores-, de editores, libreros empedernidos, diseñadores, encuadernadores, ilustradores, bibliófilos, a todos ellos les doy gracias por haber alimentado mi adicción a los libros; y a pesar de que la lectura mantiene una permanente rivalidad con la televisión, los videojuegos, los lectores electrónicos el Internet, el Chat, el “sexting”… es algo así como el ajedrez; ya no la practican usualmente las grandes mayorías, pero estas sienten respeto por quien lo hace. Los buenos libros serán como Maria Félix, Marilyn Monroe o Remedios la Bella: en cualquier momento de la historia donde los ubiquemos se destacarán por su belleza. Naturalmente el tiempo y el conocimiento nos proveen de nuevos inventos para escribir. Marco Polo escribió las memorias de sus viajes con pluma de ganso, Pedro Salinas sus más bellos poemas a lápiz y después de las revisiones y enmiendas hizo sus versiones finales en máquina de escribir, hoy el ordenador es la herramienta. No concebimos al escritor sin este aparato. Es otra forma. Ahora escribimos y enviamos los mensajes por Internet, divulgamos información a través de la Pagina WEB, de los periódicos virtuales, utilizamos los blogs para expresar opiniones, para establecer formas de contacto. Todo esto es virtual, depende de generadores de energía; gracias a las nuevas tecnologías leemos más, recibimos mayor información, de alguna manera intentamos mantener vínculos y pertenecemos a comunidades virtuales. Si alguien extravía su USB no siente mayor pena, pues sabe que la vuelve a bajar de la red, igual pasa si se daña el ordenador. Hay copias de seguridad y todo eso. Pero que pasaría si se extraviaran nuestros libros mas queridos?, con ellos también se van recuerdos, se van objetos que adornan nuestras aficiones. El libro es símbolo del conocimiento, del buen gusto, del paso del tiempo, de la creación y el pensamiento de los hombres. Seguramente hay muchas personas a las que la falta de libros no les afectará mayor cosa, además creo que nuestro planeta se beneficiaría si no se talaran tantos bosques y selvas para producir papel. Hemos publicado mucha información que perfectamente podría tener otra base tecnológica para su divulgación, pero no me imagino a Gargantua y Pantagruel “última Generación”, a Shakespeare con “troyanos”, a Julio Verne en red, o poder eliminar haciendo doble clik toda la obra poética de Pessoa o Raúl Gómez Jattin. Yo si creo que el libro va a morir, pero de viejo, de muerte natural, cuando se le venga en gana, va a ser en un lecho con sábanas de letras, rodeado de todos sus hijos, los encuadernadores y los cibernautas, los bibliotecólogos y los lectores empedernidos. No lo podrá eliminar la censura, seguramente cuando, como lo estamos viendo, aparezca de nuevo el control sobre los contenidos de los medios comunicativos y el Internet, -recordemos Fahrengheit 451 de Truffaut- o cuando nos sorprenda la crisis energética, desde la clandestinidad el libro seguirá vigente. Será como el capitán del navío quien es el último en abandonarlo. Para terminar les voy a contar una anécdota: Alguna vez en que me cambié de casa, fuí a la plaza de mercado del barrio Las Cruces y conseguí un camioncito para que me hiciera el trasteo, mi más preciada posesión eran algunas cajas que contenían libros, lo que sucede es que los libros pesan mucho, y por más que traté de embalarlos en cajas pequeñas, estas quedaron pesadas. El ayudante del camión, un joven de unos 25 años, casi se herniaba del esfuerzo que hacía y sudaba a chorros levantando las cajas y acomodándolas. Ahí fue cuando escuché la voz del conductor quien para darle ánimo le gritó: -Ya que no quiso leerlos, por lo menos cárguelos!!!

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