Llegó a mi casa convertido en un tierno manojo de pelos blancos con bigotes y cola. Vino para quedarse de por vida, trajo la prudencia de su caminar silencioso, los cojines de sus patas y se instaló a los pies de mi cama cuando más lo necesitaba. Me limpió de las malas energías, me insinuó que era posible seguir soñando y entendí que durante el resto de los días habría alguien esperándome.
No sé si él se parecía a mí, o terminé pareciéndome a él, no sé muy bien cómo era esa alteridad; durante el trecho que acompañó mi vida disfrutó y asumió las complejas y divertidas situaciones en que involucré. Las peripecias para afrontar bajonazos económicos, del sentimiento, cambios de rutinas sin previo aviso y mis largas “desapariciones”, por asuntos del trabajo, le hicieron resistente, templado, sin resentimientos, sin un ápice de agresividad, aunque con el temperamento suficiente para expresar su disgusto e incorformidad. Se ganó el afecto de todos los seres que me quieren o me han querido (inclusive), de mis amigos, de los vecinos de los lugares donde vivimos, ya fuera en Popayán o en Bogotá; A todos ellos gracias por haberle soportado a veces sus malcrianzas, y gracias también por el cariño y los mimos que le prodigaron.
Poco a poco fui aprendiendo a hablar en gato, a entenderle sus ronroneos, sus guiños y maullidos, a disfrutar inmensamente de su compañía. Me enseñó la complicidad del juego, compartimos el gusto por la placidez y la comodidad, también el disfrute de la libertad y de la noche, le admiré su destreza para cazar colibríes, para pasar entre muchos objetos sin tropezarse y sin derribarlos, para estar ahí, a mi lado, sintiéndome acompañado sin sentirme acosado. Me regaló los 14 años de su vida. Durante ellos disfruté de su lealdad, del privilegio de haberme escogido para acompañarme, de todas sus señales de afecto, de sus travesuras diarias, de la suavidad de su piel, de su sentido del humor, de su nobleza y de su amistoso carácter.
Desde luego extrañaré su calidez, o cuando me despertaba abriéndome los ojos en la mañana para que le pusiera su comida, también verlo abriendo puertas o sentándose preciso encima del teclado del compu o de la lectura de turno…sus abrazos y sus besos y la alegría de su saludo con la cola en alto. Ay Gaspar, mi felino chiquito, mi van de la turquería, cómo te echaré de menos!!!!
Permanecerán las marcas en su territorio; en la pata de la mesa donde se afilaba las uñas, la jarra azul con agua en la mesa del comedor, en los rincones que orinaba para delimitar espacios, sus pelos blancos en la ropa, en los cojines, en la alfombra, sus juguetes, y ante todo esos rasguños que deja en el lugar que tiene en mis afectos. Gaspar partió hoy hacia el cielo de los gatos, hacia la constelación de Leo, y yo no estuve ahí para darle el abrazo del adiós.
Sus comentarios los pueden enviar a megaspar@hotmail.com
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