Debo reconocer que las rancheras no me gustaban. Me han parecido unas canciones que hacen apología de que la justicia la tenemos que hacer por nuestra propia mano; de hecho, el referente que tenemos de la popularidad del género está asociado a los corridos de la revolución mexicana, a la construcción y reacomodamiento de una nación que exigió una nueva redistribución de la tierra y del poder. Los corridos son crónicas, las rancheras son canciones de origen campesino que nos hablan del amor, de los paisajes, de la vida.
Mariachis |
En la indumentaria de los mariachis son familiares las cananas y el revólver, por eso no es extraño que los corridos norteños que tienen tanta afinidad y cercanía con la canción ranchera, sean preferidos, entre otros, por bandoleros y personas al margen de la ley, y muchas de sus temáticas hagan apología de sus escabrosas peripecias; en un país de raíces campesinas, como el nuestro no es extraño que en las cantinas tengan tanta acogida las rancheras, sus visitantes son en buena medida protagonistas de los sucesos de territorios en conflicto, personas que en esas condiciones también sienten arraigo o desarraigo, que añoran a sus padres, que sufren por sus hijos, que se enamoran y desenamoran, que sufren traiciones y a quienes también les duele el alma.
Y sus letras dejan entrever que detrás de tanta coraza ruda, existen parajes donde se descubre toda nuestra fragilidad. La vistosidad de la puesta en escena con charros de sombrerotes, guitarrones, violines y trompetas, entre copas y botellas de tequila, es capaz de contagiarnos de valor y de agresiva ternura para mostrarnos que indiscutiblemente estamos entreabriendo las puertas de la derrota. Las rancheras son de alguna manera la apología de lo quisimos alcanzar y no pudimos, son poesía popular que expresa la melancolía de un pueblo que se resiste a aceptar su destino. Tienen la picardía y el sentido del humor que mitiga dolores, por eso se nos clavan en el alma.
A pesar de haber escuchado rancheras desde mi niñez, las consideraba de corte vulgar y agresivo, concepto que gracias a Serrat, a Joaquín Sabina y al gusto por departir con algunos entrañables amigos, tuve que revaluar; desde entonces disfruto a Chavela Vargas, que es como estar sintiendo la cercanía de la soledad y la sombra de Pedro Páramo. Redescubrí las películas del indio Fernández, de Pedro Infante y de la doña María Félix, a Jorge Negrete, a Miguel Aceves Mejía, el lamento de Cuco Sánchez, a Lola Beltrán, a Amparo Ochoa, a Javier Solís y al gran José Alfredo… creo que sin él la ranchera no habría llegado al pedestal donde está; el pueblo mexicano y todos los que escuchamos sus canciones le rendimos el máximo tributo, por su vida, por “el Jinete”, por cada historia suya contada en tres minutos.
El inmenso colorido del folclor mexicano, todo su universo mítico continúan estando presentes en las voces de Lila Downs, Rocío Durcal, Vicente Fernández, Astrid Haddad, en los boleros rancheros, en las versiones de Maná y de todos aquellos que aún sin mayor éxito se atreven a cantar sus memorables temas. Por eso, cada vez que visito un apartado lugar de nuestra geografía y estremece el aire una ranchera, o cuando me encuentro a solas no puedo dejar de sentir la tentación de volver a escuchar “Corazón, corazón, no me quieras matar, corazón….”
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