jueves, 13 de octubre de 2011

DEL GARRARD AL iPOD

Aún no tengo suficiente claridad sobre los inmensos aportes a la humanidad que realizó Steve Jobs. Desde la invención de sus primeros computadores, los juegos, y la llegada al mercado de los IPOD e IPAD. Su marca APPLE es un símbolo de innovación, de calidad, de creatividad, tanto así que hemos condicionado a su tecnología nuestra forma de emplear nuestros momentos de entretenimiento.

No logro concebir mi existencia sin asociarla a la melomanía. Desde muy niño, cuando colocaba una y otra vez los discos de 78 rpm y los acetatos en un tornamesa Garrard y me extasiaba con los porros, las gaitas, las zarzuelas, los bambucos y boleros que amenizaban las tardes de domingos en familia, en una casa sabanera a la sombra de los brevos y papayos.
Ese gusto por la música que, confieso, es algo más que una adicción, hacía que leyera las contracarátulas de los long plays, también los cancioneros, y dedicara horas enteras a escuchar los programas musicales de las emisoras y los pocos espacios de las canales nacionales de televisión. Iba navegando de meandro en meandro, definiendo gustos, abierto a todo tipo de influencias, reconociendo en el dial la voz de Daniel Santos, y en la siguiente estación a Bill Halley o a  César Costa.

Las fiestas en casa de los amigos se valoraban también por la calidad y cantidad de los discos disponibles, y se admiraba a coleccionistas y quienes lograban acceder a “joyas” traídas del exterior, antes de que sonaran en las emisoras a nivel local. En épocas de juventud uno de los criterios para seleccionar los bares y las discotecas fue fundamentalmente su repertorio musical; de esta manera llegué al bar de tangos de Marielita, en el barrio La Candelaria, al Goce Pagano, a Abott y Costello, o al Charlie’s Bar del Park Way, entre los que recuerdo, no sin dejar de lado los cream de barrio donde escuché a Charles Aznavour y a Piero y soporté con estoicismo toda la tracalada de baladistas argentinos y españoles de los 70’s, y grupetes como Los pasteles verdes y Los Iracundos, que desfortunadamente hacen parte de la banda sonora de nuestros primeros retozos y escarceos.

Hasta esta época lo máximo que podíamos hacer para “poseer” la música era comprar o hurtar el disco, no había más, por eso, después de alguna fiesta o reunión, se corría el riesgo de revisar las carátulas y encontrarlas vacías.
Y apareció la grabadora, con casette y todo, y esto originó la primera gran revolución en cuanto a la adquisición de música: ¡Los discos se podían copiar!, con uno solo se podían sacar las copias que uno quisiera, ¡se podían grabar y guardar el acetato para que no se rayara!, ¡se podían “piratear”!, no era necesario tener originales!!!!
Carátulas de acetatos, algunas son verdaderas obras de arte
Aparecieron los radios con casetera para automóvil, y empezamos a cargar nuestra propia música y a escucharla en otros espacios. En los buses, en los paseos, y sucedió que cada quien en su familia, de acuerdo a sus gustos, escuchaba su música en su habitación, y la grabadora apareció con los audífonos, o sea que “privatizamos” el sonido, lo individualizamos, el diskman es como el antepasado del Ipod, hasta en tamaño. Con los discos compactos se vivió un proceso similar, mejorado, no se enredaba la cinta, para no cargar con las cajitas se diseñaron unos estuches donde solo se portaban los CDs. Podemos decir que aún teníamos la música en físico, hasta hace muy poco tiempo nos preciábamos de coleccionarla, de tenerla en un lugar privilegiado de la casa.
Todo esto sucedió tan rápidamente que no tuvimos cuenta de reflexionar cómo iban cambiando nuestros hábitos para escuchar música; de pronto llegó un nuevo formato llamado MP3 que “comprimía” las canciones y en un CD cabían hasta 8 horas de música, y en los computadores empezamos a abrir “carpetas” para almacenar y clasificar la música, y ya no nos volvieron a interesar ni las carátulas, ni quién tocaba el saxofón, o era el arreglista, o en dónde se había grabado la versión, dejamos de leer las notas que contenían los discos originales, y el mercado del disco se fue a pique, se acabaron los almacenes y empezamos a frecuentar las “tiendas virtuales”, a “bajar” temas, videos, películas… y todo para almacenarlo en el compu. Y la tenencia de la música dejó de ser exclusividad, se masificó, se envía por correo electrónico, casi no existe nada que no pueda estar a nuestro alcance, se han recuperado históricas grabaciones, se han remasterizado y editado “incunables”, de esta manera la fonografía adquirió su verdadero  globalización. Esto hablando solo de la música, caso similar ha sucedido con las películas, y los videos musicales, por ejemplo.

Y en las reuniones sociales hay un nuevo invitado de honor: el You Tube, él posee todos los sonidos, todas las versiones, todos los videos… para qué almacenar música en casa si estando “conectados” tenemos acceso a lo que queremos?
Así, se han ido moldeando nuestros nuevos hábitos de consumo, es absurdo siquiera concebir la cotidianidad sin el acceso al computador o a las redes del internet;  lo que no habría de imaginar en ese entonces y que sería algo así como extraído de una cinta de ciencia ficción sería que nuestra discografía se pudiera llevar en un aparatito de bolsillo, y además se pudiera escuchar y ver a completo antojo. A la sombra de todo esto, sin que la mayoría de personas lo supiéramos estaba el genio de Steve Jobs, el creador del iPOD, ese aparatico donde se almacena, además de mucha información adicional,  toda la música que deseemos tener a nuestro alcance.


Muchas gracias a Steve Jobs por colocar sus inventos a nuestro alcance, no sabe lo que significa poder escuchar “nuestra música” en este aparatico cuando uno viaja y se encuentra en lugares remotos de la geografía, y dispone de ella en cualquier momento, a pesar de que usualmente nos convierte en consumidores egoístas y solitarios. Es muchísimo lo que hemos ganado y lo que también iremos sacrificando; a pesar de ello seguiré visitando los mercados de discos viejos, y compraré casettes así estén obsoletos, y también de vez en cuando los escucharé. Se pierde la magia de tener las carátulas de los discos en la mano, aún no me atrevo a hacer el ejercicio de escuchar la Pasión Según San Mateo de Bach, o las Bachianas de Villalobos, o la música de cámara Bartok  en iPOD, prefiero seguir escuchándola en equipos convencionales, cómodamente sentado en casa, disfrutando la lectura de los catálogos de sus obras, porque como decía un amigo muy sabio: “Un disco de Jazz, o de música clásica sin librito que nos cuente quienes son los músicos, dónde se hizo la grabación, notas sobre los compositores, sobre los instrumentos…. es lo mismo que un calendario de Natalia París…. vestida”
Sus comentarios los pueden enviar a megaspar@hotmail.com

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