lunes, 8 de marzo de 2010

BAJO UNA PEQUEÑA ESTRELLA

Un hermoso atardecer en Guatavita

En el día internacional de la mujer, vale la pena hacer un reconocimiento a todo lo que significan en la vida de cada uno de nosotros, No hay equipaje más poderoso ni más caprichoso que la memoria, y por ella deambulan aquellas que se fueron pero están, las abuelas, las que he conocido y las que he querido conocer, las que lastiman y las que aman, las que aman y lastiman. las que aparentemente pasan desapercibidas, las apasionadas, las lunáticas y las indiferentes.

Las que tienen todo nuestro amor, que son las hijas, las hermanas, que son también como mamás chiquitas, las valientes que salen a realizar sus sueños, y también las indefensas que cautivan con la inocencia y dominan con su debilidad. Las que tienen nombre de bolero, las percantas, las que leen en las bancas de los parques, las que se miran de reojo en los reflejos de las vitrimas, las que deliran por sus ídolos, las que trabajan para conseguir el pan.... también un homenaje para las vividoras, las jineteras, las niñas traviesas y las conejitas, las que chatean sin cesar y juegan sexting, las que aún guardan esquelas y estampitas, las que todos los días libran una encarnizada batalla contra el tiempo... todas ellas siempre se derretirán con un manojo de astromelias, se asustarán con un ratón y se enternecerán cuando les regalemos una estrella.

Y ahora qué mejor que hacerles un homenaje con los versos de la gran poeta polaca Wyslava Zsymborska:


BAJO UNA PEQUEÑA ESTRELLA

Que me disculpe la coincidencia por llamarla necesidad.
Que me disculpe la necesidad, si a pesar de ello me equivoco.
Que no se enoje la felicidad por considerarla mía.
Que me olviden los muertos que apenas si brillan en la memoria.
Que me disculpe el tiempo por el mucho mundo pasado
por alto a cada segundo.
Que me disculpe mi viejo amor por considerar al nuevo
el primero.
Perdonadme, guerras lejanas, por traer flores a casa.
Perdonadme, heridas abiertas, por pincharme en el dedo.
Que me disculpen los que claman desde el abismo el disco
de un minué.
Que me disculpe la gente en las estaciones por el sueño
a las cinco de la mañana.
Perdonadme, esperanza acosada, por reírme a veces.
Perdonadme, desiertos, por no correr con una cuchara de agua.
Y tú, gavilán, hace años el mismo, en esta misma jaula,
inmóvil mirando fijamente el mismo punto siempre,
absuélveme, aunque fueras un ave disecada.
Que me disculpe el árbol talado por las cuatro patas de la mesa.
Que me disculpen las grandes preguntas por las pequeñas respuestas.
Verdad, no me prestes demasiada atención.
Solemnidad, sé magnánima conmigo.
Soporta, misterio de la existencia, que arranque hilos de tu cola.
No me acuses, alma, de poseerte pocas veces.
Que me perdone todo por no poder estar en todas partes.
Que me perdonen todos por no saber ser cada uno de ellos,
cada una de ellas.
Sé que mientras viva nada me justifica
porque yo misma me lo impido.
Habla, no me tomes a mal que tome prestadas palabras patéticas
y que me esfuerce después para que parezcan ligeras.
Dos niñas Chamí, Embera en Santa Cecilia

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