martes, 2 de noviembre de 2010

AL MAESTRO UMAÑA LUNA... CON AFECTO Y ADMIRACIÓN

“Mi conciencia no la compra nadie, por nada y por ningún motivo” Esta sentencia, que está ligada profundamente a la ética y a la defensa de los derechos fundamentales, nos invita una vez más a reflexionar sobre los sucesos políticos recientes e históricos de nuestro país. ¿Cómo podemos tener claridad y lanzar juicios sin entender siquiera que en el juego del poder todo está permitido? A veces emitimos y escuchamos opiniones temerarias y precipitadas sobre intrincados temas de la realidad nacional, sin que ellas pasen por el filtro del análisis coherente y desapasionado. Como casi siempre, dejamos que las versiones sean moldeadas por los medios masivos de comunicación y por las tendenciosas apreciaciones de quienes manejan la opinión pública al estilo de los titiriteros. De dónde provienen nuestros elementos de juicio?, serán suficientes? El estudio de las estructuras sociopolíticas no debe ser tan ajeno a una realidad que cada vez necesita pensarse para encontrar nuevos caminos, es ahí donde implica acercarnos de verdad al conocimiento real y fundamentado; en el siglo pasado existieron maestros de maestros como el doctor Eduardo Umaña Luna, un hombre íntegro, intelectual y humanista, que nos dejó un legado de conocimientos sobre los derechos humanos y profundos análisis sobre las causas de la violencia en Colombia. Este académico, abogado de profesión y sociólogo por vocación, que siempre creyó en la duda metódica, en la paradoja, en el contraste, fue un librepensador, agnóstico y materialista de izquierda, quien nos ha heredado un libro clásico llamado “La violencia en Colombia” escrito junto a Orlando Fals Borda y Germán Guzmán Campos; y quien también analizó a partir de “La Declaración Universal de los Derechos de los Pueblos” los aspectos históricos, económicos, sociológicos, políticos de la crisis social colombiana. Siempre promulgó un humanismo social, sin promiscuidades ni complicidades. Fue un conocedor de “la historia ignorada o secreta” del país, de sucesos como tan oscuros como los golpes militares, Marquetalia, o juicios políticos a insurgentes, pues también durante muchos años fue fiscal de un Juzgado Superior de Bogotá, lo que le permitió ser precursor en la defensa de presos políticos. También centró sus preocupaciones en la niñez y la familia colombiana, y en el tratamiento que la ley les daba, de ahí se desprende una buena parte de su obra. Fue fundador del MRL junto a López Michelsen, del cual fue representante a la Cámara, y que abandonó cuando éste regresó de nuevo las toldas del liberalismo. En un texto para sus alumnos de la Universidad Nacional, donde fue creador del departamento de Sociología escribía: “La actividad social de la gente de universidad debe ser totalmente ajena a toda actitud de conformismos con la injusticia social, la desigualdad económica y la opresión intelectual”. El maestro Umaña, quien dejó centenares de discípulos, pues consideró la universidad como su hogar, hasta el final fue fiel a sus convicciones profundas, fue un lúcido acusador de la cómoda moral de quienes manipulan con el poder y lo utilizan en beneficio propio. Naturalmente, siempre concibió la universidad como un lugar para pensar, estudiar y debatir los problemas nacionales. Fue también un defensor de presos políticos al igual que su hijo Eduardo Umaña Mendoza, quien fuera asesinado por sus convicciones y su valentía para asumir casos emblemáticos de masacres y magnicidios. El maestro Umaña Luna siempre defendió lo que él consideraba causas justas de los indígenas, los estudiantes, los campesinos, o sea, los desprotegidos del país. Siempre sentí, y mantengo, una profunda admiración y respeto hacia el maestro, especialmente cuando asistí a sus charlas que versaban sobre diversos temas de actualidad, y también por su vasta cultura que también le dejaba tiempo para ser un asiduo asistente a los conciertos de la Filarmónica, los sábados por la tarde en el auditorio León de Greiff de la Universidad Nacional. Ante todo fue un gran generador de ideas, de iniciativas y de controversias, que siempre fue escéptico a cualquier posición dogmática, pues afirmaba que “el dogmatismo es la negación de toda inteligencia”. Fue ante todo un observador de la realidad colombiana y un rebelde con causa, lúcido, decano de la facultad de Derecho, fundador de cátedras de Derechos Humanos. Qué más se puede pedir a un hombre de semejantes cualidades y principios? Este es un reconocimiento y una invitación a visitar su legado, el cual, hoy más que nunca, después de más de dos años de su muerte, mantiene intacta su vigencia. En una próxima entrega hablaremos del maestro Estanislao Zuleta. Sus comentarios los pueden enviar a megaspar@hotmail.com

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